La OTAN bombardeó Afganistán con uranio empobrecido y como consecuencias
de ello se han vertido más de 1.000 toneladas de óxido de uranio
radiactivo que tendrá efectos desastrosos a largo plazo sobre la
población y el medio ambiente. El uranio aumentará de forma exponencial
el número víctimas por cáncer entre la población.
Como consecuencia de los bombardeos hay zonas enteras que se han tornado inhabitables. En esas regiones la población comienza a padecer terribles enfermedades, sobre todo cáncer y deformaciones genéticas.
El uranio es un metal pesado, piróforo, es decir que quema al impactar. El uranio empobrecido es tóxico radiológicamente y su explosión genera una nube de micropartículas que pueden ser ingeridas por inhalación o por su entrada en la cadena trófica, contaminando radiactivamente el cuerpo desde su interior.
Las ojivas de las bombas no están fabricadas con uranio empobrecido en estado puro sino procedente de residuos nucleares que, a su vez, están previamente contaminados con elementos altamente tóxicos como U235, U238 o incluso plutonio. Así hay que hablar no sólo de uranio empobrecido sino de uranio sucio, mucho más contaminante.
Si en Kosovo se comenzaron a probar prototipos, en Afganistán se han lanzado más de 6.000 bombas guiadas, lo que lleva a una estimación de que se han lanzado más de 1.000 toneladas de uranio, empobrecido o no.
A diferencia de la guerra del Golfo o de Kosovo, en Afganistán no han sido los proyectiles antitanques los más utilizados. El protagonismo ha correspondido a los bombardeos masivos con misiles y bombas guiadas dirigidos a destruir fortines, instalaciones y refugios subterráneos.
Las bombas antitanques lanzadas en Kosovo pesaban unos 5 kilos mientras que las bombas guiadas usadas en Afganistán van desde una tonelada hasta las 10 toneladas, llevando, respectivamente, una ojiva de uranio empobrecido potencial de 500, 1.500 kilos y 5 toneladas.
En Kosovo, la OTAN obstaculizó las investigaciones sobre los proyectiles de uranio empobrecido. En Afganistán no se reconoce su empleo y en consecuencia no se está realizando ninguna vigilancia médica ni medioambiental sobre contaminación por uranio en las áreas de potencial contaminación por uranio, ni un seguimiento del estado de salud de las poblaciones expuestas a estas armas, y por tanto no hay ningún tipo de ayuda médica y protección medioambiental para todas las comunidades civiles en riesgo.
Las bombas y proyectiles de uranio son bombas radiactivas, armas con efectos indiscriminados prohibidas por la Convención de Ginebra, por lo que la intervención del imperialismo en el país es doblemente ilegal. La invasión de Afganistán por la OTAN no fue autorizada por la ONU. En septiembre 2001, tras los atentados contra las Torres Gemelas, el Consejo de seguridad ni siquiera mencionó a Afganistán, ni autorizó atacar al país. La ocupación se pretendió aprobar retroactivamente el 20 diciembre de aquel año (resolución 1.386 del Consejo de Seguridad) con la creación de la llamada Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad, una decisión que se justificó por el apoyo de “las autoridades afganas”. Lo que la farsa de la ONU no aclara es que eso que llama “autoridades afganas” es el gobierno impuesto por la propia invasión.
Así funciona la ONU: primero invaden el país, luego derrocan al gobierno e imponen uno nuevo que, a su vez, justifica la invasión y el derrocamiento del anterior. A eso le llaman “legalidad” e intervención por razones humanitarias para contar con la coartada de las ONG.
Pues bien, España ha participó tanto en la farsa como en el crimen, para lo cual inventó la consabida patraña de los telediarios, el niño afgano Ali Basur que padecía un linfoma diagnosticado, quien fue trasladado a Madrid para su curación. Era una invasión por razones de salud que ha creado un serio problema de salud para millones de personas de consecuencias incalculadas.
Fue el gobierno del PSOE, Zapatero, el responsable de aquella decisión, para lo cual se negaban a calificar a la intervención en Afganistán como “guerra”. Ellos eran los del “no a la guerra”. Iban a Afganistán a matar por razones humanitarias. El “no a la guerra” del PSOE era una reedición del no a la OTAN de 1982.
Como consecuencia de los bombardeos hay zonas enteras que se han tornado inhabitables. En esas regiones la población comienza a padecer terribles enfermedades, sobre todo cáncer y deformaciones genéticas.
El uranio es un metal pesado, piróforo, es decir que quema al impactar. El uranio empobrecido es tóxico radiológicamente y su explosión genera una nube de micropartículas que pueden ser ingeridas por inhalación o por su entrada en la cadena trófica, contaminando radiactivamente el cuerpo desde su interior.
Las ojivas de las bombas no están fabricadas con uranio empobrecido en estado puro sino procedente de residuos nucleares que, a su vez, están previamente contaminados con elementos altamente tóxicos como U235, U238 o incluso plutonio. Así hay que hablar no sólo de uranio empobrecido sino de uranio sucio, mucho más contaminante.
Si en Kosovo se comenzaron a probar prototipos, en Afganistán se han lanzado más de 6.000 bombas guiadas, lo que lleva a una estimación de que se han lanzado más de 1.000 toneladas de uranio, empobrecido o no.
A diferencia de la guerra del Golfo o de Kosovo, en Afganistán no han sido los proyectiles antitanques los más utilizados. El protagonismo ha correspondido a los bombardeos masivos con misiles y bombas guiadas dirigidos a destruir fortines, instalaciones y refugios subterráneos.
Las bombas antitanques lanzadas en Kosovo pesaban unos 5 kilos mientras que las bombas guiadas usadas en Afganistán van desde una tonelada hasta las 10 toneladas, llevando, respectivamente, una ojiva de uranio empobrecido potencial de 500, 1.500 kilos y 5 toneladas.
En Kosovo, la OTAN obstaculizó las investigaciones sobre los proyectiles de uranio empobrecido. En Afganistán no se reconoce su empleo y en consecuencia no se está realizando ninguna vigilancia médica ni medioambiental sobre contaminación por uranio en las áreas de potencial contaminación por uranio, ni un seguimiento del estado de salud de las poblaciones expuestas a estas armas, y por tanto no hay ningún tipo de ayuda médica y protección medioambiental para todas las comunidades civiles en riesgo.
Las bombas y proyectiles de uranio son bombas radiactivas, armas con efectos indiscriminados prohibidas por la Convención de Ginebra, por lo que la intervención del imperialismo en el país es doblemente ilegal. La invasión de Afganistán por la OTAN no fue autorizada por la ONU. En septiembre 2001, tras los atentados contra las Torres Gemelas, el Consejo de seguridad ni siquiera mencionó a Afganistán, ni autorizó atacar al país. La ocupación se pretendió aprobar retroactivamente el 20 diciembre de aquel año (resolución 1.386 del Consejo de Seguridad) con la creación de la llamada Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad, una decisión que se justificó por el apoyo de “las autoridades afganas”. Lo que la farsa de la ONU no aclara es que eso que llama “autoridades afganas” es el gobierno impuesto por la propia invasión.
Así funciona la ONU: primero invaden el país, luego derrocan al gobierno e imponen uno nuevo que, a su vez, justifica la invasión y el derrocamiento del anterior. A eso le llaman “legalidad” e intervención por razones humanitarias para contar con la coartada de las ONG.
Pues bien, España ha participó tanto en la farsa como en el crimen, para lo cual inventó la consabida patraña de los telediarios, el niño afgano Ali Basur que padecía un linfoma diagnosticado, quien fue trasladado a Madrid para su curación. Era una invasión por razones de salud que ha creado un serio problema de salud para millones de personas de consecuencias incalculadas.
Fue el gobierno del PSOE, Zapatero, el responsable de aquella decisión, para lo cual se negaban a calificar a la intervención en Afganistán como “guerra”. Ellos eran los del “no a la guerra”. Iban a Afganistán a matar por razones humanitarias. El “no a la guerra” del PSOE era una reedición del no a la OTAN de 1982.
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