El narcotráfico o tráfico de drogas es un negocio más del capitalismo.
Un negocio especialmente sucio que se basa en lucrarse a costa de
vender sustancias que destruyen personas y que causan la adicción y
muerte de muchas, principalmente de las clases humildes y trabajadoras. A
pesar de su suciedad no deja de ser un negocio distinto a otros que
realizan las clases dominantes.
Los narcos y la mafia en general no dejan de ser parte de la elite de
las clases dominantes y a lo largo de la historia han demostrado
sobradamente su carácter profundamente reaccionario y han desempeñado un
papel contrarrevolucionario y de aplastamiento de los movimientos
populares. Son auténticos enemigos de los intereses y emancipación de
las clases populares.
Es bien conocido el caso de Lucky Luciano, jefe de la Cosa Nostra preso
en Estados Unidos. Cuando las tropas estadunidenses desembarcaron en
Sicilia, en 1943, para combatir al régimen de Mussolini, contaron con el
apoyo activo de la mafia. El gobierno de Estados Unidos había llegado a
un acuerdo con Luciano, por el cual éste movilizó a sus partidarios a
favor de los aliados a cambio de su posterior deportación a Italia,
donde vivió el resto de su vida organizando sus negocios ilegales.
Los mafiosos eran, además, fervientes anticomunistas, por lo que fueron
usados en el combate a las fuerzas de izquierda en el mundo y como
fuerza de choque contra los sindicatos estadunidenses.
EE.UU utilizó el negocio de las drogas en su intervención militar en el
sureste de Asia, en particular en la guerra contra Vietnam. Pero también
a escala local, en el mismo periodo, para destruir al movimiento
revolucionario Panteras Negras. En ambos casos la CIA jugó un papel
destacado. Sobre estos asuntos hay decenas de publicaciones, lo que hace
innecesario entrar en detalles.
Colombia ha sido el principal banco de pruebas en el uso de las bandas
criminales contra las organizaciones revolucionarias y los sectores
populares. Un informe de Americas Watch de 1990 establece que el cártel
de Medellín, dirigido por Pablo Escobar, atacaba sistemáticamente a
líderes sindicales, profesores, periodistas, defensores de los derechos
humanos y políticos de izquierda, particularmente de la Unión Patriótica
(Americas Watch, La guerra contra las drogas en Colombia, 1990, p. 22).
En Colombia los narcotraficantes se convirtieron en grandes
terratenientes y, como tal, comenzaron a compartir la política de
derecha de los terratenientes tradicionales y a dirigir algunos de los
más notorios grupos paramilitares.
Los narcos comparten con el resto de clases dominantes la confluencia de
intereses entre sectores que buscan enriquecerse y mantener cuotas de
poder, o adquirir más poder, a costa de los campesinos, los sectores
populares y las izquierdas.
Todo indica que la experiencia colombiana –en modo particular, la
alianza de los narcos y los demás sectores de las clases dominantes–
está siendo replicada en otros países como México y Guatemala, y está
disponible para aplicarla donde las élites globales lo crean necesario.
De más está decir que esto no podría hacerse sin el concurso y
complicidad de la agencia antidrogas estadunidense (DEA), así como de
sus fuerzas armadas.
En el estado español la droga fue introducida por aparatos policiales y
mafiosos en determinadas zonas conflictivas (Euskal Herria) para acabar
con la combatividad y rebelión de la juventud. El llamado "Caso Galindo"
en el que un guardia civil dirigía una poderosa red de narcotráfico es
solo la punta del iceberg.
El negocio de las drogas forma parte de la acumulación capitalista.
Funciona como una empresa capitalista, como una actividad económica
racional aunque tiene algunas diferencias con los demás negocios
capitalistas por tratarse de una actividad ilegal.
El negocio de las drogas está en sintonía con la criminal economía
capitalista global. Es un negocio suculento que da grandes ganancias
económicas y además también cumple tareas anti-subversivas. Es parte del
sistema opresor que sufrimos las clases populares y enemigo a muerte de
la emancipación popular.
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