La Coordinadora Nacional para la Prevención de la Tortura acreditó
en su última Memoria que, al menos, 527 personas fueron víctimas, el
pasado año, de torturas o malos tratos. Y, desde 2004, ha documentado un
total de 6.621 casos.
Hace pocos días, la ONU ha vuelto a pedir
explicaciones al Gobierno sobre las violaciones de derechos humanos en
España. Y es que, aunque nos incomode hablar de la tortura, hay que
recordar que alrededor de mil funcionarios de los Cuerpos y Fuerzas de
Seguridad del Estado (CFSE), o de centros de reclusión, han sido
condenados en la última década por abusos de todo tipo. Un estudio de la
Universidad de Barcelona, que no tiene carácter exhaustivo, ha
documentado 752 sentencias condenatorias, entre los años 2001 al 2012.
De ellas, 379 son condenas por delitos (homicidios, torturas...) y 373,
por faltas (en su mayoría, lesiones). Y la situación tiene visos de
empeorar...
Así lo afirmaba el pasado 14 de julio Carlos Jiménez
Villarejo, cuando denunció ante el Parlamento Europeo la intensificación
“en los últimos meses y años” de las prácticas de tortura en España,
que se han hecho más evidentes a partir de dos conocidas sentencias: la
de la Audiencia Provincial de Baleares, del pasado 16 de junio, por la
que cuatro agentes fueron condenados por infligir “torturas graves” a
dos ciudadanos británicos; y la sentencia 26/2014 dictada por la
Audiencia Nacional, el pasado 14 de mayo, que absolvió a 36 jóvenes,
acusados de pertenecer a la organización Segi, por la “invalidez de las
pruebas obtenidas bajo tortura”. La sentencia, que cita en 64 ocasiones
la palabra tortura, afirma que “los detenidos fueron encapuchados y
obligados a permanecer de rodillas sin dormir”, y describe con lujo de
detalles los golpes, vejaciones y abusos a que fueron sometidos los
arrestados.
Por su parte, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de
Estrasburgo ha condenado en cuatro ocasiones a España, desde el año
2010, por no investigar denuncias de torturas y malos tratos. En sus dos
últimas sentencias, del pasado 7 de octubre, condena al Estado español
por no haber investigado las denuncias de dos ciudadanos sobre malos
tratos. Una de esas personas afirmó haber sufrido “abusos sexuales”.
Tanto la comisaria europea de Interior como el comisario
de Derechos Humanos, han lanzado duras críticas al Ministerio del
Interior español, por el vídeo en el que se ve a guardias civiles
golpeando a un inmigrante que cae al suelo inconsciente y, sin recibir
asistencia médica ni legal, es devuelto a Marruecos. Y el Comité para la
Prevención de la Tortura del Consejo de Europa recordaba, en su informe
de 2013, que lleva dos décadas “llamando la atención a las autoridades
españolas sobre el problema de los malos tratos a las personas
detenidas”.
La propia Fiscalía General del Estado dedica un amplio
capítulo, en su última Memoria, a los casos de tortura. Y cita, entre
otras, la sentencia del Tribunal Constitucional 131/2012, que anuló las
resoluciones del Juzgado de Instrucción nº 9 de Bilbao y de la Audiencia
Provincial de Vizcaya, por existir “sospechas razonables de torturas al
detenido” que debieron haber sido investigadas por el Juzgado.
Asimismo los informes anuales del Defensor del Pueblo
recogen centenares de quejas ciudadanas en materia de malos tratos
policiales que han dado lugar a la formulación de las correspondientes
recomendaciones a funcionarios de los CFSE, sobre la necesidad de evitar
"cualquier práctica abusiva que entrañe violencia física o moral”.
Amnistía Internacional ha detallado en sus informes
numerosas prácticas policiales irregulares. Y la Coordinadora Nacional
para la Prevención de la Tortura acreditó en su última Memoria que, al
menos, 527 personas fueron víctimas, el pasado año, de torturas o malos
tratos. Y, desde 2004, ha documentado un total de 6.621 casos.
Además, en las últimas semanas hemos podido conocer que
seis agentes de la Policía Nacional han sido detenidos por su presunta
vinculación con la muerte de un hombre, diagnosticado de esquizofrenia,
en la ciudad de Cartagena. Las conversaciones grabadas a los detenidos,
que han sido reproducidas en algunos medios de comunicación, resultan de
una inhumanidad espeluznante (“vamos a tirarle sartenazos donde
pillemos”…. “en las rodillas”… “tío, ahí, con eso vamos a disfrutar, con
el gordo ese vamos a disfrutar”…). Y en la memoria reciente está el
caso de los Mossos d’Esquadra que provocaron la muerte de un empresario
en Barcelona, o el de la mujer que perdió un ojo por un pelotazo de
goma…
Sin duda podríamos enumerar muchos más ejemplos de
irregularidades y excesos policiales: decenas de vídeos que circulan por
internet reflejan la brutalidad con la que tantas veces repelen los
antidisturbios las manifestaciones golpeando incluso a ancianos, mujeres
o periodistas. Pero los datos hasta aquí expuestos son más que
suficientes para afirmar que no se trata de “unas cuantas manzanas
podridas que hay que sacar del cesto”. Aunque no sean generalizados, los
malos tratos son sistemáticos. Y no es posible ignorar ya esta realidad
mirando para otro lado.
Una verdadera democracia exige que la policía actúe
siempre conforme a un código ético, fundado en el respeto a los derechos
humanos e inspirado en los principios del servicio a la ley y a los
ciudadanos.
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