Toño Fraguas
Cuando iba al colegio y dos niños se pegaban la maestra castigaba a los dos. Por su puesto ambos bramaban que había empezado el otro. Tras la manifestación de las Marchas de la Dignidad del 22 de marzo hubo actos violentos. Como los niños en el colegio, no tardaron las voces que sostenían que habían empezado los otros. Da igual: ambos estaban equivocados. Aun en el caso de que la Policía infiltre agentes que desencadenen los actos violentos, responder con violencia siempre es una equivocación.
Además, si la Policía infiltra agentes para provocar, caer en la provocación será de estúpidos, ¿no? En cualquier caso, ¿qué favor han hecho a la lucha por los derechos sociales los violentos apedrean policías y rompen mobiliario urbano y escaparates tras cualquier manifestación pacífica? Ninguno.
Es más, los violentos han dado argumentos falaces a la derecha, primero para minimizar y pervertir el significado de las Marchas de la Dignidad y, segundo, han dado alas a un Gobierno que prepara una ley represiva, la llamada ley mordaza, que cuenta con el rechazo de la inmensa mayoría de la opinión pública. Una opinión pública que quizá, tras lo trasmitido el 22 de marzo por los grandes medios de comunicación, empiece a pensar que un poco de mano dura contra las manifestaciones tampoco vendría mal… En resumen: más allá de si es legítima o no, y de quién ha empezado, toda violencia es contraproducente para la izquierda y sirve a los intereses de la derecha.
Autodefensa y resistencia son algunos de los eufemismos que emplean los violentos que se dicen de izquierdas, y los que los apoyan, para justificar esos actos. Existen varios tipos de violencia y muchos medios para ejercerla, desde la agresión directa, pasando por las amenazas o la coacción. Violencia es apedrear a un policía y violencia es echar a una familia de su casa u obligar a alguien a trabajar en condiciones precarias. Pero aquí no se trata de responder a una violencia con otra (a no ser que nuestra guía moral sea el ojo por ojo, diente por diente del Antiguo Testamento y la Ley del Talión). Las violencias opuestas no se neutralizan, al contrario: se retroalimentan. Recuerdo bien un eslogan célebre en 2011: Si es violento, no es del 15M. Parece que a muchos se les ha olvidado.
El ser humano tiene una tendencia innata a construir cosmovisiones (grandes edificios conceptuales, religiosos e ideológicos) que legitiman el castigo físico o el exterminio de otros seres humanos. Dentro de todas las clases sociales se trasmiten algunos valores, normas y salvedades que sólo buscan satisfacer dicha tendencia: Hazlo por la Patria, En nombre de Dios, Por el pueblo, Por el Rey, Por la Libertad, Por la justicia social, Por tus ancestros, Por el Proletariado… El caso es encontrar una excusa para satisfacer el instinto primario de agredir, e incluso exterminar, a un semejante.
Esas excusas sirven para que un mismo hecho, por ejemplo apedrear a un ser humano, sea calificado de distinta manera según el contexto moral en el que se produzca. No suele percibirse igual la lapidación de una mujer en un país de Oriente Medio que el apedreamiento de un agente antidisturbios, pero son el mismo hecho execrable: humanos apedreando humanos.
Pongamos otro ejemplo: un pelotón de fusilamiento ejecutando a un reo. En 2003 el régimen castrista condenó a muerte y ejecutó a Lorenzo Enrique Copello Castillo, Bárbaro Leodán Sevilla García y Jorge Luis Martínez Isaac. Se los acusaba de haber intentado secuestrar una lancha para huir a Estados Unidos. Siete años después, en 2010, un pelotón de fusilamiento ejecuta a Ronnie Lee Gardner en Utah (Estados Unidos), condenado por asesinato. De nuevo, para la mayoría, la percepción de estos hechos no será la misma, aunque en esencia sean el mismo hecho: humanos matando a seres humanos.
Otro caso notable fue el de la muerte de Bin Laden. Occidente, esa región del planeta que se vanagloria de los Derechos Humanos, justificó el asesinato de Bin Laden a pesar de que éste no tuvo derecho ni a un juicio justo ni a asistencia letrada, garantías teóricamente sagradas para Occidente. Éste fue el comunicado que emitió el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero en mayo de 2011: “El Gobierno considera que la muerte de Osama Bin Laden en una operación de las fuerzas especiales y de los servicios de Inteligencia de Estados Unidos supone un paso decisivo en la lucha contra el terrorismo internacional y por ello quiere felicitar al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, a su Gobierno y a sus Fuerzas Armadas. Asimismo, el Gobierno reitera su compromiso de colaboración con Estados Unidos y otros países unidos en la lucha contra el terrorismo allá donde se geste o ejecute”. Excusas para satisfacer la más baja de las pulsiones: la violencia.
Existen prominentes teóricos de izquierdas (aquí nos interesa la autocrítica de la izquierda, por si alguien no se había dado cuenta) que han justificado el recurso a la violencia. Quizá el más notable sea el francés Georges Sorel (1847-1922), autor de Reflexiones sobre la violencia (1908) y padre del sindicalismo revolucionario. Escribo revolucionario en cursiva porque, quizá, lo único revolucionario sea lograr los fines perseguidos sin recurrir a métodos violentos. No cito a ningún teórico de derechas que justifique el recurso a la violencia porque pensamiento reaccionario, ultracapitalismo y violencia son realidades concomitantes. La derecha se refuerza ejerciendo la violencia (la violencia directa o bien la violencia indirecta: la de los desahucios, la de los sueldos míseros, la de la destrucción del medio ambiente). La derecha también se refuerza induciendo a la izquierda a que pique en el anzuelo de responder con violencia. Morder ese anzuelo es servir a la derecha. Cuando los que se dicen de izquierdas ejercen la violencia provocan la desunión entre los que luchan por los derechos sociales, debilitan esa lucha, la desacreditan y, además, alejan a las personas dudosas. La violencia ejercida por esos que se dicen de izquierdas tiene un efecto desmovilizador en la izquierda real (no-violenta por definición), al tiempo que nutre de argumentos falaces a la derecha, es decir: sirve al sistema.
En la teoría ética existen dos grandes corrientes para situarse ante la violencia: el universalismo y el utilitarismo. Una persona universalista estará en contra de toda violencia, provenga de quien provenga y se justifique como se justifique. Una persona utilitarista en cambio defenderá algún tipo de violencia en aras de su utilidad. Es el caso de quien considera autodefensa o resistencia el hecho de romper una marquesina de autobús o de apedrear a un ser humano. A menudo la pena de muerte se justifica como una autodefensa de la sociedad frente a los asesinos (es el caso de Bin Laden, citado más arriba). También los atentados terroristas se justifican (por sus partidarios) como ejemplos de resistencia ante la represión.
Entre las personas que consideran útil cierta violencia se cuentan tanto izquierdistas como derechistas. Pero la violencia, lejos de ser útil para la izquierda es, además, contraproducente. No hay Poder que no instrumentalice la violencia del oprimido para redoblar a su vez la represión. No ha existido revolución violenta que no haya desembocado en una represión mayor en sentido contrario, ni guerra que no haya larvado una guerra futura. La violencia no resuelve conflictos, los cronifica y con un agravante: quien tiene el Poder tiene muchos más medios materiales para ejercer la violencia. Quien lanza un piedra a un policía sabe que lleva las de perder ante una supuesta escalada del conflicto. La violencia es la lengua materna del Poder y el Poder la domina y la dominará siempre mucho mejor que nadie.
Por último, existe otro rasgo de la violencia al que se le presta poca atención: La propia palabra violencia deriva de la raíz latina vir, la misma que se halla en el vocablo virilidad. Desde hace siglos la violencia es un atributo masculino. La fuerza del macho era asociada a su potencia sexual. No es casualidad que los términos ‘violencia’ y ‘violación’ compartan etimología. La omnipresencia de la violencia es otro rasgo más del patriarcado al que está sometido este mundo. La violencia es intrínsecamente machista.
Pero la violencia es muy atractiva para los gallitos que buscan emular a esos santos patronos del santoral laico de cierta izquierda: guerrilleros, comandantes, héroes legendarios (casi todos hombres, por cierto). Es más atractivo convertirse en un supuesto héroe instantáneo por apedrear a un policía, romper una marquesina (o por conseguir que a uno lo detengan y salir con el puño en alto del calabozo) que pasar una vida estudiando, dialogando y promocionando la resolución pacífica de conflictos.
Existe una alternativa a la violencia, a toda violencia, pero es poco atractiva, requiere sacrificio y recibe poco o ningún reconocimiento. Esa alternativa, la no-violencia, la resistencia pacífica, la desobediencia civil, la acción directa basada en la imaginación, la creatividad, el humor y la unidad, es la única que desafía de verdad al sistema de opresión del hombre por el hombre y la única que abre vías duraderas para la emancipación de los individuos. Sus logros pudieron percibirse, por ejemplo, en la India de Gandhi, en los Estados Unidos de Luther King, en la Sudáfrica de Mandela… Tachado de utópico, soñador, cobarde o burgués, el no-violento siempre es denigrado bien por el sistema o bien por aquellos que, creyendo combatir al sistema mediante la violencia, no hacen otra cosa que ayudarlo a perpetuarse en una espiral eterna.
Fuente: http://www.lamarea.com/2014/04/01/l...
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