Tanto incentivar a los emprendedores y la innovación ha provocado que
mentes privilegiadas hayan puesto en marcha negocios que creen haber
inventado, pero que en realidad ya estaban incluso patentados. Hace
muchísimos años ya se practicaban. Lo que pasa es que antes a esto se le
llamaba hospitalidad. No se ganaba dinero, pero se ganaban amigos.
Pasó con alguno de esos foráneos que llegaron a Pamplona hace
algunos lustros, que no entendieron en ningún momento nada del
significado de la fiesta, de su esencia y su espontaneidad. Pero daba
igual, cogieron lo que les interesó. Destrozaron lo que tocaron. En este
caso y para empezar, el encierro, convirtiendo una parte muy importante
de la fiesta en un show, en una prueba deportiva, en una catapulta para
lanzar su ego hacia las nubes… Se creyeron famosos y divos… En realidad
daban risa porque se les escapó de las manos.
Lo dejaron destrozado y el encierro es ahora un esperpento. Ahora el
personaje vuelve a la carga. Ha puesto en marcha un negocio en el que te
“enseñan” los sanfermines. Te los explica. Tú vienes, le contratas, te
pones en sus manos y, cuando te vayas, habrás conocido y comprendido
perfectamente el sentido de todo. Una vez acabada su lección magistral,
estarás en condiciones de poder integrarte, con nivel experto cum laude.
Todo por una módica cantidad de doscientos treinta euros por persona.
Por supuesto, hablo del calvo de los cojones, el del encierro. El asunto
me viene al pelo como introducción, pero nada más lejos de mi intención
que hablar del tipo este y de sus andanzas. Aunque me seguirá viniendo
de maravilla para alguna otra explicación.
La cuestión es que los sanfermines, al día de hoy, se han convertido en
un referente de la fiesta. A nivel nacional e incluso mundial, son
centro de atención. Un lugar fantástico donde pasarlo en grande. La
ciudad sin horario, la ciudad sin ley, la ciudad donde todo es posible.
Es fácil y habitual escuchar que los sanfermines son el no va más de las
fiestas…. ¡De todas las fiestas! Pero, a lo mejor no es así.
Igual, la fama de los sanfermines la provoca el amigo Ernest Hemingway. Por la razón que fuese, cayó un día en Pamplona, se bebió los frascos y garrafones que pilló y escribió un libro. Fiesta.
Muy en el estilo americano, lo llenó de tópicos, superficialidad, y no
pudiendo pensar que lo que descubren pueda ser de alguien que no sean
ellos, se lo quedaron. ¡Sanfirmiiiin! ¡Torrrrrroooos! ¡Viinooooo hasta diñarla por cuatro centavos! Y comenzó la eclosión. Empezaron a venir y a contarlo.
Y, según iban llegando, efectivamente se encontraban con una ciudad
divertida. Unas fiestas muy felices. Buen ambiente y buen humor.
Seguramente cualquiera de los visitantes que venían a las fiestas, si lo
hubiera hecho en cualquier otro momento del año, se hubiera quedado
pasmado. Una ciudad aburrida, pataca, llena de prejuicios y
convencionalismos. Pero nadie viene el once de marzo o el catorce de
noviembre. Vienen el seis de julio y, claro, resulta que a raíz de un
cohete que se dispara a las doce del mediodía, la ciudad, sus gentes y
sus costumbres se transforman. Y los visitantes se creen que siempre es
así. ¡Qué gente tan divertida! ¡Qué carácter tan abierto! Y una mierda…
La combinación de nueve días de fiesta con la organización programada
de variadas y divertidas opciones, te lo pone muy fácil. Música en la
calle, a cualquier hora, en todas partes. Verbenas para todos los
gustos. Heavy, rock, bailables carroceros, orquestinas pachangueras…
Partidos de pelota o deporte rural. Gigantes y cabezudos por las calles.
Fuegos artificiales. Corridas de toros. El atractivo encierro de toros.
Nueve días, veinticuatro horas. Es fácil, relajarte y dejar que se te
escape el puntillo feliz. Organizan las fiestas pero sin romperse la
cabeza. Coges el programa del año anterior y lo copias. Año tras año.
Sin novedades. Solo cambian a un cantante si se muere o tiene
justificante de sus padres…
Igual esas son las dos razones en las que se basa la evolución y fama
de los sanfermines. El librito del amigo Ernest y que se fueron
organizando y redondeando el programa. La mezcla de lo que se ofrece
tanto al lugareño como al visitante, son unas fiestas muy coloridas y
muy participativas. Vas al Alarde de Hondarribi y, por
muy impresionante y marcial que sea, lo tienes que ver desde la acera,
aunque seas chico. Porque si eres chica, siempre. Vas a Sevilla y, si quieres caseta, tienes que ser amigo del amo. Pamplona, en cambio, se abre y te deja participar. Te deja en paz. Es un aquello de vive y deja vivir.
Y cualquiera que sea el trayecto que quieras tomar, los sanfermines
son muy bonitos y divertidos. Y te pueden hasta enamorar. Hablar de la
belleza de las dianas. Una banda de música entera, La Pamplonesa,
que suena de maravilla, a las 6,45 de la mañana, tocando una música
preciosa, y va despertando a la ciudad. Una mezcla de personal, bailan
al son de la música. Se mezclan los andarines con sus gorros ridículos,
collares del tirapichón, alegría etílica y euforia desmedida, con la
gana emocionada del que, fresco como una lechuga de las huertas de la Rotxapea,
se ha levantado para correr en el encierro. Y se escucha el ruido de
los tablones del vallado para el encierro que ya están colocando.
El silencio multitudinario de los veinte minutos de antes del
encierro. Caras serias. Miedo en el cuerpo. Pero bien templado. El
almuerzo. Los amigos. Los de siempre. Los que ves de Sanfermines en Sanfermines. O los nuevos. Y… ganas de divertirte. Ganas de reír. Ganas de amar y de ser amado. La espontaneidad…
Efectivamente, hablar de los sanfermines suele provocar entrar en el
territorio del petardeo. Ponerte ñoño. Hablar de emociones, nostalgias,
esencias y demás nardos selectos… Y, seguramente, habrá un montón de
miles de personas que moquean emocionadas con las jotas al santo, el
bandeo de campanas del momentico y decenas de vivencias entrañables y
muy de los ptv de los cojones. Los de “Pamplona de toda la vida”, que se dicen.
Y a mí, me parece todo muy bien. Salvo que una gran parte de la tramoya de los actuales Sanfermines,
son de cartón piedra. Son de mentira. Los Sanfermines se han convertido
en esencia en un negocio. Que vengan cientos de miles de personas. Que
gasten, que consuman, que se crean lo de la alegría sin par. Es el
objetivo. Es el negocio. Vender la idea de que la alegría, la fiesta, es
un producto fabricado y puesto en el ambiente. Garantizado.
Y… ¡claro que vienen! En tropel. Cada participante, sea visitante,
lugareño, negocio o privado, coge lo que le conviene. Utiliza sin recato
ni límite la parte que le interesa. Y la abandona, maltrecha y, muchas
veces, rota. Los Sanfermines se han convertido en un
prostíbulo. Pagan, o no lo hacen si pueden evitarlo, y se marchan con
los servicios prestados y utilizados. Y allí te quedas… montón de humo.
Todos ven la alegría, el colorido, el ambiente. Todo embadurnado de
blanco y rojo. Y alegría. Alegría sin par. ¡Riau Riau! No ven lo que no
conviene ver. Aunque haya de eso, y en abundancia. En parte porque se lo
ocultan, y en parte porque miran para otro lado. Represión, por
ejemplo. Adornado con el lema de “control”, la mesa que se reúne para
preparar los Sanfermines podría perfectamente ser la misma mesa que se reúne para preparar la liberación de Ucrania.
Todos llevan arma al cinto. Y no crean que hablan de seguridad. Hablan
de evitar a toda costa símbolos que molestan a la casta gerifalte
navarra. Navarra española. Y punto. De modo que
cualquier demostración que venga a dar cuartelillo a otras opiniones,
está fulminada anticipadamente. Tú puedes pasearte con la bandera de Quebec. O de los hermanos negros de Mandela.
Ningún problema. Ahora, como se te ocurra portar una ikurriña, estás
muerto. Tres mil trescientos polis, por la calle. Seguridad lo llaman.
La casta navarra y español, lleva asentada en los sillones
municipales tres décadas. No aceptan que haya una importante cantidad de
ciudadanos que se sienten identificados con su ama Euskal Herria.
La idea es que todo cuadre con el interés bienpensante. Abundantes
curas, imágenes y cruces. Muchas jotas y cancioncicas que hablen de la
nobleza y bravura navarra. La de Sanz, Urralburu y últimamente Barcina (que para eso el buey es de donde pace) o el ínclito Jiménez. Nada que no sea blanco y rojo. Ningún otro color. Nada que no sea alegría y diversión. Los Sanfermines tampoco, TAMPOCO son objeto ni momento de reivindicaciones ni de protestas. Es Sanfermín, Sanfermín, Sanfermín…
O prefieren que miremos a los camareros, repartidores de hielo…
jornadas de catorce horas. Sin seguridad social. A cuatro euros la hora.
Y no quiero entrar en temas de todos los días… sanidad, paro juvenil…
que son Sanfermines y no toca. Ni desaparece, ni desaparecerá. Pero no se habla y no existe. Es una buena táctica.
Vender imagen. Vender Sanfermines. Que vengan en
tropel. Es el negocio. Y cada cual pone su parte. Los medios de
comunicación. Idiotizados desde que interesa, llenan páginas, venden
horas de tv, radio o prensa, a base de la mujer barbuda o una
espectacular cogida en el encierro. Vengan, es todo felicidad… Pero
vengan, por Dios Santo, que esta gran tradición hay que
mantenerla. A cualquier precio. No falten a la alegría y la diversión
de unas fiestas totalmente desvirtuadas a día de hoy.
Patxi Rodríguez
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