Este artículo analiza la problemática urbana y las luchas de ese
territorio. Vale aclarar que el texto fue pensado para el contexto
europeo, y sin embargo plantea cuestiones relevantes para pensar una
política antiacapitalista para los grandes centros urbanos.
Sobre las luchas URBANAS, por UGO PALHETA (extraido de vientosur.info)
Sobre las luchas URBANAS, por UGO PALHETA (extraido de vientosur.info)
La integración de la noción de espacio
en el cuadro de las transformaciones pendientes en las ciudades y
centros urbanos bajo la ofensiva de la clase dominante, es
imprescindible para la elaboración de una estrategia y política
anticapitalistas.
Cuando se describe desde un punto de
vista crítico las relaciones capital/trabajo, las desigualdades
económicas o la destrucción del planeta, a menudo se tiene la tendencia a
reducir el espacio a un simple decorado. Ahora bien, traduciendo la
forma en que una sociedad está estructurada y jerarquizada , el espacio
se manifiesta según lógicas políticas y propias de cada país que
dependen especialmente del lugar que ocupa en la división internacional
del trabajo y de su historia específica (relaciones de clase, papel del
Estado, estrategias de las empresas, etc.). Así pues, es necesario
proponer un análisis y propuestas anticapitalistas sobre lo que
constituye un frente de batalla decisivo en la lucha de clases.
La ciudad, un reto político
Productos de la historia, los
territorios nacionales se transforman según las dinámicas de acumulación
del capital y de las crisis capitalistas pero también en función de la
lucha de clases y de la correlación de fuerzas que se deriva de ella.
Las jerarquías y las desigualdades se inscriben en estos espacios bajo
formas que varían de unas sociedades a otras: a los barrios obreros de
los extrarradios franceses, equivalen los guetos negros de los centros
urbanos de las ciudades estadounidenses o las favelas brasileñas. La
producción, la planificación y el control de la ciudad representan otros
tantos retos políticos decisivos y el posible soporte de movilizaciones
que pueden unir ampliamente a las clases populares.
Por esto, los anticapitalistas deben
tomarse en serio la cuestión urbana intentando comprender cómo el
capitalismo conforma la ciudad a su imagen, especialmente, mediante las
inversiones privadas y unos poderes públicos entregados a la
valorización del capital pero igualmente cómo las luchas pueden surgir
de la aspiración a una reapropiación del espacio: contra el aumento de
los alquileres y la desaparición de los pisos asequibles en el centro de
las ciudades, por la construcción de viviendas sociales destinadas
verdaderamente a las clases populares, contra la violencia policial y la
discriminación racista en el acceso al alquiler, contra la implantación
de inmobiliarias de oficinas, de comercios y de servicios para ricos o
de espacios culturales destinados únicamente a la pequeña burguesía
intelectual.
Elegir la naturaleza y el alcance de
estas luchas para estimularlas o involucrarse en ellas, es especialmente
importante dado que salpican la historia reciente de las movilizaciones
a nivel internacional (Brasil, Turquía, etc.) y francés (revueltas de
los barrios populares en 2005), evidentemente unidas a luchas más
generales contra las políticas neoliberales, a la arbitrariedad estatal o
a la exclusión social. Pero una historia amplia del capitalismo nos
proporciona otros ejemplos: pensemos especialmente en el formidable
impulso popular que fue la Comuna de París, que se puede interpretar no
solo como un enfrentamiento entre trabajadores y burguesía sino también
como un intento de del pueblo parisino de retomar el control de una
ciudad de la que, en parte, Napoleón III y el barón Haussmann les habían
desposeído /1.
Cuando el capital configura el espacio
Las decisiones sobre inversiones de las
empresas privadas constituyen una fuerza decisiva en la transformación
del espacio mundial y de los espacios nacionales de forma cada vez más
desenfrenada a medida que aumenta la influencia del capital por todo el
mundo.
Evidentemente, las empresas siempre han
tenido en cuenta la diferente rentabilidad entre los espacios nacionales
debido a diferencias geofísicas o a factores políticos (legislación
social, cualificación de la mano de obra, etc.). Pero la globalización
neoliberal ha permitido a las multinacionales, bancos, fondos de
inversión, etc., movilizar cada vez más rápidamente sus capitales o
competir entre territorios -dentro de un país o entre países-para
obtener ventajas de los poderes públicos (ayudas directas o indirectas,
legislaciones favorables, dotaciones del espacio, etc.).
De ahí, la aceleración sin precedentes
de las transformaciones urbanas a escala mundial desde hace una
treintena de años que sufren tanto las y los proletarios del Norte como
los del Sur. Con la desertización industrial de los países occidentales,
observable desde el Michigan estadounidense, a los Midlands ingleses,
pasando por la Lorraine siderúrgica o los barrios del norte parisino,
entre otros ejemplos, territorios enteros se encuentran brutalmente
devaluados. En consecuencia, sus poblaciones se ven sometidas a tiempos y
gastos en transporte crecientes, o se ven impelidas a dejar los lugares
donde viven para ir a donde ellos y sus hijos esperan encontrar trabajo
casi siempre más precario que los empleos suprimidos en su región de
origen.
En los países pobres, se observa durante
este periodo de desenfreno neoliberal un gran aumento de la población
que vive en barrios de chabolas (la formación de enormes favelas como en
México, Caracas o Bogotá que reúnen a millones de individuos) /2.
Concentrando en el mundo alrededor de mil millones de seres humanos que
huyen de la miseria y están condenados en las ciudades a un trabajo
informal y precario, estos barrios de chabolas son actualmente un
componente crucial del desarrollo urbano y un símbolo entre tantos
otros, de la injusticia radical pero también de la completa
irracionalidad del capitalismo. A esto, hay que añadir la aberración
ecológica que conlleva este modo de urbanización capitalista que
contribuye ampliamente al cambio climático.
De manera más general, el capitalismo
produce un espacio a su imagen y semejanza: sometido a las exigencias
del capital, de los comerciantes y de los productivistas pero también
jerarquizado y segregado. Si el capital homogeniza todo el mundo
imponiendo el reino del comercio y los dictados del beneficio, también
diferencia los territorios para responder mejor a las necesidades de la
acumulación manteniendo una selección social y racial de las
poblaciones. Este “desarrollo geográfico desigual”, como lo denomina el
geógrafo marxista David Harvey /3 no es el resultado de
una desgraciada casualidad o un vestigio abocado a desaparecer con la
vuelta del crecimiento (por otra parte, muy improbable) sino una
consecuencia del sistema capitalista.
Las clases populares expulsadas del centro de las ciudades
Por todas partes pero especialmente en
las ciudades que constituyen los centros de poder del capitalismo
globalizado (Nueva York, Londres, Tokio, París, etc.), las clases
populares son expulsadas de los centros de las ciudades con más o menos
brutalidad dependiendo de la correlación de fuerzas. Este proceso
llamado “gentrificación” se realiza no solo en beneficio de empresas
privadas que instalan los despachos de sus cuadros dirigentes, abren
tiendas de lujo o especulan sobre los valores inmobiliarios, sino
también de parejas ricas que aprovechan inmuebles de alto nivel y de un
entorno urbano codiciado (buenas escuelas, proximidad de servicios de
salud, prestigiosos museos, mobiliario urbano de calidad, etc.).
Este proceso no es el resultado de una
maldición contra la que nada se puede hacer, ni el efecto de un complot
fomentado por unos pocos sino que se deriva de una de las
características esenciales del capitalismo, que necesita constantemente
encontrar nuevos terrenos de acumulación para favorecer el máximo
enriquecimiento de una minoría. En efecto, el régimen capitalista lleva a
convertir todo en mercancía practicando según la necesidad, la
especulación más sórdida sobre bienes que , sin embargo, son
absolutamente vitales para la población. La vivienda no es una excepción
y esto no es nada nuevo. Basta para verlo leer a Engels, que desde 1872
describía el mecanismo que sigue -y seguirá- produciendo efectos
desastrosos mientras no se produzca una ruptura con el capitalismo:
“La extensión de las grandes
ciudades modernas confiere al terreno en algunos barrios, sobre todo en
los situados en el centro, un valor artificial que a veces alcanza
enormes proporciones. Los edificios que están construidos allí, en lugar
de realzar su valor, más bien lo rebajan porque no responden a las
nuevas condiciones así que son demolidos y reemplazados por otros. Esto
es cierto especialmente para las viviendas de la clase obrera que están
situadas en el centro y cuyo alquiler, incluso en las viviendas
superpobladas, no puede nunca o en cualquier caso, con extrema lentitud,
sobrepasar un cierto máximo. Son demolidos y en su lugar se levantan
tiendas, grandes almacenes, edificios públicos (…). de esta forma, los
trabajadores son expulsados del centro de las ciudades hacia la
periferia, las viviendas obreras y de forma general, los pequeños
apartamentos se vuelven escasos y caros y, a menudo, imposibles de
encontrar; en estas condiciones, las empresas constructoras para que los
apartamentos de alquiler elevado ofrezcan un campo más amplio a la
especulación, no construirán nunca o solo de forma excepcional,
viviendas obreras” /4.
Lo que era cierto a mediados del siglo
XIX sigue siéndolo hoy y quizás más que nunca. No hay nada de extraño en
el hecho de que haya que buscar las raíces de la crisis abierta en el
2008 en el sector inmobiliario estadounidense. Efectivamente, este
sector había sido objeto de montajes especulativos de lo más aventurado
para permitir a los bancos,y más allá de estos, a las finanzas
capitalistas, seguir aumentando sus beneficios en un contexto en el que
la explosión de la burbuja de internet había desestabilizado brutalmente
los mercados financieros. Que estos bancos hayan sido reflotados a
golpe de dinero público mientras ponían en la calle a centenas de
millares de familias pobres, no hace más que ilustrar de nuevo la
necesidad de acabar con este sistema inhumano.
En Francia, lo mismo que en otros
sitios, es importante recalcar que las condiciones de vida, de trabajo y
de bienestar de la inmensa mayoría deben primar sobre los beneficios de
una exigua minoría. ¡Nuestro derecho a la ciudad, no sus beneficios!
Esta es la exigencia fundamental y el banderín de enganche que los
anticapitalistas podrían contribuir a popularizar entre quienes la
especulación inmobiliaria, el aumento de alquileres, la “renovación
urbana”, etc., tienden a despojarles de la ciudad. Esto supone no
aferrarse al ideal de la “diversidad social”, que ratifica las
desigualdades y enmascara los procesos en curso de gentrificación. Por
el “derecho a la ciudad”, hay que entender también el derecho colectivo
de quienes habitan la ciudad y/o la hacen existir diariamente, mediante
su trabajo pero también por todas las actividades no mercantilizadas que
se inscriben en un territorio (servicios públicos, asociaciones,
sindicatos, colectivos de artistas, etc.), controlar realmente lo que se
construye, lo que se produce y lo que se hace en ella.
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