jueves, 11 de septiembre de 2014

Desafiantes y desafiados: la pugna de las urnas esquivas

 
Quedan dos meses para la anunciada e hipotética consulta soberanista catalana. Los grandes medios de comunicación hacen uso (y abuso) habitual, cuando se refieren a ella, de la expresión "desafío soberanista". En ese imaginario el excluyente nacionalismo catalán malvado se ha quitado el guante y ha cruzado la cara del inclusivo y bondadoso nacionalismo español. El concepto desafío es interesante y valioso, porque ayuda al enfrentamiento, a visualizar un desprecio, casi una ofensa violenta, a justificar entre la población española, si llegara el caso, el hipotético castigo que se le infligiera al desafiador.
Ahora mismo el tema funciona como una película de intriga. Las hojas del calendario se desprenden, al modo clásico del cine negro, ante nuestros ojos. "Habrá urnas" dice el desafiador. "Está todo previsto para que no las haya" dice el desafiado. Donde sí van a abrirse los colegios electorales, el dieciocho de septiembre, es en Escocia. Allí cuajó un acuerdo entre el gobierno central y el autonómico en un punto bastante lógico y asumible por todo aquél al que se le llena la boquita con la palabra democracia: que decida el pueblo escocés y que se respete lo votado. El argumento histórico de que Cataluña, al contrario que Escocia, nunca ha sido un territorio independiente o ha tenido estado propio, invalidaría la existencia de la inmensa mayoría de los estados existentes en el planeta. La historia es importante, crucial, nos sitúa de manera más acertada en las cuitas del presente. Pero no puede ser fundamento para negarse a conocer, cuando el debate en la sociedad es innegable, cuál es el pensamiento predominante en un pueblo acerca de su constitución o no como estado independiente.
Ceñirse, aunque asfixie, a la legalidad. Ciñéndonos estrictamente a ella, a la muerte del dictador fascista tenía que haber sido restaurada la República, pero las fuerzas antifascistas reivindicaban (hasta que PCE y PSOE la enterraron) una consulta sobre la forma de estado como la expresión más democrática después de 40 años de excepcionalidad. Esa urna, quizás la primera que debió haberse puesto tras la dictadura, se hurtó, incluyéndose la aceptación del Borbón padre, runrún cuartelero de fondo, en el paquete constitucional.
¿Cuál es el problema de contar el nueve de noviembre cuantos catalanes rechazan y cuantos aceptan la independencia? La única encuesta que sería absolutamente fiable es la que no puede realizarse. Cualquier empresa demoscópica, privada o pública (CIS) puede preguntar sobre la independencia de Cataluña. Además, ¿de verdad no tienen curiosidad unos y otros por saber cuantos efectivos tienen sus respectivas huestes? ¿No aclararía la realidad tener los datos en la mano? Si algo enseña la historia es que las realidades no son ni eternas ni inmutables. Cataluña no va a ser ni sentirse más España porque lo proclame enfáticamente el PP o porque la constitución establezca que la nación española es indisoluble. ¿No es más valioso saber cuantos catalanes quieren y cuantos no seguir siendo españoles?. En Canarias, por ejemplo dicho pronunciamiento, en este momento histórico, no tendría sentido, no porque no tengamos derecho a decidir nuestro futuro político, sino porque socialmente ese debate es prácticamente inexistente. No prejuzgo cuál será la situación en el futuro.
Obligatoriedades o rotundidades del tipo "Cataluña es y será siempre España", me parecen equivocadas para los intereses de los defensores del no a la independencia. Volviendo al referente escocés, hace un par de meses salió la noticia de que una serie de personalidades británicas habían sacado un manifiesto solicitándole a los escoceses que votaran no, que ellos creían que la unión era beneficiosa. Según los medios el tono era amable, conciliador, nada imperativo. Ante los últimos datos, que dan un empate técnico entre las dos opciones el primer ministro Cameron según la cadena SER ha "suplicado" a los escoceses el voto negativo. Otro aspecto interesante, por contraste con nuestra "bimonarquía", es que Isabel II ha declarado que "el pueblo escocés es libre de decidir".
Hay que respetar la ley. Otra frase fuerza. Me parece síntoma de debilidad que se apele a la rigidez de la ley (que en general suele ser bastante moldeable), para evitar que la gente se pronuncie sobre temas de capital importancia, sean políticos, económicos o sociales. Además, las leyes no existen desde hace siglos, ni tienen origen divino. Se crean y transforman según van surgiendo necesidades. El parlamento catalán aprobará en los próximos días una ley de consultas que el gobierno central recurrirá al Tribunal Constitucional que, copado por PP y PSOE la tumbará , pero dudo que esa circunstancia tumbe el deseo de una mayoría social transversal que quiere pronunciarse en un marco donde todas las opciones tengan la misma libertad de exposición. Y un matiz al engaño habitual. Circula la idea de que la tele pública catalana manipula, que no es neutral, que arrima la sardina al ascua nacionalista. No tengo datos, pero no lo dudo, pues a cualquier gobierno le cuesta no comerse la golosina televisiva. No obstante, me planteo la siguiente pregunta: ¿no compensan este desequilibrio La 1, A3, T5, La Cuatro y La Sexta que como dije al principio siempre hablan, peyorativamente por supuesto, del desafío soberanista? Otra cuestión es que el alimento, principalmente de La 1, de A3 y de T5, aparte de las radios y la prensa escrita, del nacionalismo español, como efecto secundario fortalezca al nacionalismo catalán.
En algunos sectores se ha hablado de declaración unilateral de independencia por parte del parlamento catalán. En principio estoy en contra porque pienso que la mayoría social que defiende la consulta es sintomática, pero no matemática. Una persona puede defender lícitamente la consulta pero no estar de acuerdo con la separación. El problema surge si se impide la votación. En ese caso ¿sería lícito que una mayoría parlamentaria proclamara la independencia?
Se trata de que cuenten los votos y no las armas. Al menos eso es lo que nos repetían desde el poder cuando ETA habitaba entre nosotros. "La independencia es lícita, matar por ella no". De acuerdo. Pero de nada me sirve repetir como un loro la lección si no me dejas algún instrumento para intentar ponerla en práctica. Al soberanismo catalán ni siquiera pueden imputarle el "pecado original" del derramamiento de sangre. Transita la senda de la movilización popular, de una legítima acumulación de fuerzas que puede ser medida en las urnas.

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