Una Guerra más que Sucia Contra los Movimientos Revolucionarios de Estados Unidos
Juan Manuel Olarieta
El Programa de Contrainteligencia Cointelpro (Counter Intelligence Program) lo puso en marcha el FBI en 1956 para acabar con el Partido Comunista de Estados Unidos. Fue la culminación de la caza de brujas del senador MacCarthy, que luego se extendió a otros grupos de disidentes de Estados Unidos, como los Panteras Negras, la Nación del Islam de Malcom X, los independentistas puertoriqueños e incluso los pacifistas que se oponían a la agresión contra Vietnam.
El Programa violaba las garantías constitucionales de libertad de expresión y asociación, por lo que el FBI tuvo que ejecutarlo de manera secreta hasta que en 1971 un grupo de militantes de izquierda asaltó un centro del FBI en Media, Pennsylvania, apoderándose de los archivos, que divulgaron a través de la prensa.
La publicación supuso un escándalo de grandes dimensiones. El gobierno del país estaba podrido de arriba abajo. Al año siguiente del escándalo Cointelpro estalló el caso Watergate, por lo que el senador Frank Church pidió una investigación sobre el programa del FBI. Entre otros asuntos, la Comisión descubrió que el director de la CIA, Allen Dulles, con el apoyo del presidente Eisenhower, pretendía utilizar a la mafia para asesinar a Fidel Castro.
Dos agentes del FBI fueron condenados por los crímenes cometidos en la ejecución de Cointelpro, Mark Felt y Eduard Miller, que fueron amnistiados por Reagan antes de que ingresaran en prisión. El director del FBI, J.Edgar Hoover, tuvo que anunciar la anulación del programa que, sin embargo, continúa funcionando cladestinamente en la actualidad y sirve de inspiración para las policías de todo el mundo en materia de represión política. La diferencia es que la mayor parte de lo que entonces era ilegal es legal ahora gracias a la paranoia de la guerra contra el terrorismo.
Hay dos características fundamentales que Cointelpro ha impuesto en las policías de todo el mundo. La primera es el reconocimiento de la naturaleza permanente de la crisis capitalista y, como consecuencia de ello, la aplicación de las medidas excepcionales a situaciones que son habituales. La segunda es la transferencia a la policía de las técnicas militares de espionaje, es decir, la transformación de los movimientos de masas en un “enemigo interior”, el tratamiento de los propios ciudadanos como una fuerza militar opositora.
La guerra sicológica fue otra de las prácticas típicas de la CIA que pasaron al arsenal de Cointelpro. El FBI esparcía bulos en los medios, publicaba folletos intoxicadores, falsificaba correspondencia, enviaba cartas anónimas, realizaba llamadas anónimas, hostigaba a los familiares, a los vecinos, a los compañeros de trabajo para hacer imposible la vida a los militantes y desacreditarles.
En el marco de Cointelpro el FBI organizó una vasta red de confidentes y chivatos que se infiltraron en cientos de organizaciones. La infiltración perseguía varios objetivos. El primero es espiar a los revolucionarios para obtener información de fuentes directas. El segundo es dividir, provocar confusión interna y socavar la confianza mutua entre los militantes, lo cual comprende el encubrimiento de los verdaderos confidentes para crear un desconcierto del que los movimientos revolucionarios de Estados Unidos aún no se han recuperado.
Con la complicidad de la fiscalía, el FBI acosó a las organizaciones populares abriendo sumarios que eran ampliamente divulgados por la prensa para que los revolucionarios pareciesen como un peligro público, o en términos actuales, como terroristas. Los policías manipulaban atestados, declaraban en falso y utilizaban testigos teledirigidos como pretexto para detenciones y redadas indiscriminadas, así como con fines intimidatorios.
En ejecución de los planes Cointelpro, el FBI también llevó a cabo numerosas acciones paralelas, como asesinatos, robos, sabotajes, asaltos, palizas, difusión de drogas y actos de terrorismo para alarmar a través de los medios de comunicación, justificar las medidas excepcionales y volver a la población contra los movimientos políticos reivindicativos.
A finales de los años sesenta el FBI llegó a inventarse su propia oposición y a orquestar seudomovimientos dirigidos por ellos mismos y sus infiltrados. Creó varios grupos de la denominada “nueva izquierda” para oponerlos a los partidos comunistas. Los dirigentes “contra-culturales” de aquella época eran agentes dobles. Por ejemplo, el promotor del LSD y las drogas alucinógenas en la Universidad de Harvard, Timothy Leary y la dirigente feminista, editora de la revista MS, Gloria Steinem, nunca fueron lo que parecían.
El programa alcanzó unas proporciones gigantescas de manipulación. Aunque la Comisión Church del Senado desveló una parte, permenecen ocultos millones de documentos que afectan especialmente a la represión del independentismo puertorriqueño. Hasta el 1989 de unos 52.718 folios relacionados con doce programas de Cointelpro que se habían hecho públicos, sólo 1.190 folios, un 2,3 por ciento versaban sobre Puerto Rico.
Las conclusiones del Senado reconocieron abiertamente que desde la Primera Guerra Mundial el gobierno había utilizado al FBI con fines de represión política, le acusó de reunir “anarquistas y revolucionarios” para deportarlos fuera del país, una actividad ilegal que continuó hasta 1976:
“Muchas de las técnicas usadas serían intolerables en una sociedad democrática -reconoce el Senado- incluso si todos los objetivos hubiesen estado envueltos en actividades criminales, pero Cointelpro fue mucho más lejos [...] el FBI condujo una sofisticada operación de vigilancia con la intención directa de impedir el ejercicio de la libertad de expresión y asociación proporcionados por la Primera Enmienda, con la excusa de prevenir el desarrollo de grupos peligrosos y la propagación de ideas perniciosas protegerían la seguridad nacional e impediría la violencia”.
Además de asesinatos, el Programa causó numerosos atropellos judiciales, como el de Marshall “Eddie” Conway que fue liberado de prisión en marzo de este año después de cumplir 44 años de cárcel. Dirigente de los Panteras Negras, Conway fue declarado culpable de asesinar a un policía en Baltimore en 1970. Su juicio fue el típico montaje de Cointelpro. No tenían huellas dactilares, ni pruebas balísticas, ni testigos presenciales, ni nada de nada. Al tribunal le bastó la declaración de un policía y un preso que declaró que Conway le había confesado en la celda ser el autor de los disparos. No necesitaron nada más. Entró en la cárcel siendo un joven 24 años y ha salido convertido en un viejo de 68… pero con las mismas ganas (o más) de seguir luchando por la misma causa.