Lince de la usura con la pasta en Suiza
El presidente del Banco Santander, Emilio Botín-Sanz de Sautuola y García de los Rios, ha muerto en Madrid a los 79 años por una ataque al corazón. La dirección de la entidad nombrará hoy mismo, 10 de septiembre, a su hija, Ana Patricia Botín, como nueva presidenta. La noticia fue conocida a primera hora de la mañana en el Congreso, que celebraba sesión de control al Gobierno, y provocó reacciones de pésame de los dirigentes políticos.El tercer banquero de la saga de los Botín (Biografía oficial) desaparece cuando la justicia investiga la presunta implicación de la entidad en la trama de blanqueo de más de 2.000 millones de euros atribuida al hijo mayor del expresidente de la Generalitat, Jordi Pujol Ferrusola, a través de operaciones inmobiliarias entre las que figura la compra de la Ciudad Financiera que el banco posee en Boadilla del Monte (Madrid), un complejo que José Luis Rodríguez Zapatero tuvo mucho interés en visitar antes de abandonar la presidencia del Gobierno. Hace dos años, Botín y sus hijos regularizaron sus cuentas secretas en Suiza y pagaron 200 millones de euros a Hacienda por la fortuna no declarada entre 2005 y 2010, lo que supuso el archivo de la causa penal abierta en la Audiencia Nacional.
Botín iba a cumplir 28 años de presidente del Santander. Sucedió a su padre –quien había sucedido a su abuelo al frente de la entidad– en octubre de 1986, cuando tenía 52 años. Si don Emilio fue considerado el penúltimo gran banquero de la famosa aristocracia del dinero y Luis Valls Taberner le bautizó como Botin el Grande, el hijo rompió enseguida el pacto tácito reinante en las relaciones de los siete grandes y desató la guerra por la captura del pasivo.
Este cántabro, casado, padre de seis hijos, aficionado al golf y a la pesca, muy celoso de su intimidad, licenciado en Economía y en Derecho por la Universidad de Deusto y preparado para manejar las riendas del banco, en el que entró a trabajar cuando tenía 24 años, marcó un estilo propio, innovador y agresivo, que le convirtió en temible entre sus contemporáneos. Quitó la proposición de lugar del nombre del banco: ya no era Banco de Santander sino Banco Santander. Con ello significó el cambio de estrategia, consistente en reducir a medio y largo plazo la cartera industrial y apostar por la banca de particulares.
Según los periodistas Ignacio Alonso y Francisco Cabezas, meditó durante meses en su despacho de la Torre Negra de Azca la nueva táctica de la guerra del pasivo. Lanzó la “supercuenta”. Aprovechó una coyuntura de altos tipos de interés y una reducción prevista del coeficiente de caja para masificar un producto que le daría prestigio y negocio. Naturalmente, dejó de asistir a las habituales reuniones mensuales con sus colegas. ¿Cuántos clientes atrajo de los demás bancos? Fue una pregunta a la que nunca contestó. Él solo decía que una de cada cinco familias eran clientes del Santander.
Aunque el Banesto y el BBV, todavía sin la A de la pública Argentaria, respondieron al duelo de la “supercuenta”, el sagaz Botín demostró que el que da primero da dos veces y, con una gestión innovadora, consiguió duplicar los activos del banco en cinco años. Lanzó al mercado nuevos productos como los fondos de inversión y los créditos hipotecarios a bajo interés, interés fijo o variable, y la opción en ecus. Huyó de las fusiones y prefirió sellar alianzas estratégicas con entidades internacionales.
Sobre el negocio de la usura solía decir que no se puede hablar de banca sino de bancos. Tenía razón. Y consiguió convertir el Banco Santander en el primero de Europa. También decía que sus reglas eran dos: innovación y dedicación veinticinco horas al día ocho días a la semana. Paul Lafargue, amigo del Dios barbudo de los cristianos porque después de seis días de trabajo descansó por toda la eternidad, le habría considerado su principal adversario.
Él no tenía amigos políticos, pero se llevó bien con todos los presidentes de Gobierno y de algunos, como José María Aznar López, que enriqueció a sus amigos con las privatizaciones, las famosas stock options sobre empresas públicas saneadas y muy rentables, realizó tales elogios que el entonces inquilino de la Moncloa no sabía cómo compensarle. Conocedor de que admiraba el arte románico, le regaló una talla que, a su vez, había sido adquirida por el anticuario y amigo Félix Pastor Ridruejo. Botín le dio las gracias, pero no por el regalo, sino porque, por fin, aparecía la talla que le robaron años atrás del palacete de Santander.
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