España en manos de sinvergüenzas y ladrones
Ahora que el escándalo de Jordi Pujol y familia está en pleno
apogeo conviene tener en cuenta que no nos encontramos ante un caso
aislado sino ante una nueva expresión de auténtica corrupción sistémica.
Hace un par de años se publicó un libro titulado Oligarquía financiera y poder político en España
(Arresta 2012) escrito por Manuel Puerto Ducet. A pesar de lo que pueda
parecer por ese título, el autor no es un izquierdista ni un radical
dirigente de Podemos empeñado en hundir la economía española a base de
pedir justicia fiscal y democracia económica. Es un economista que
trabajó como directivo en el banco que gestionaba inversiones vinculadas
a fortunas tan singulares, según declara en el libro (p. 97), como las
del rey Juan Carlos o las del teniente general golpista Miláns del
Bosch.
El libro tiene lagunas, como seguramente sea lógico tratándose de una
exposición más bien autobiográfica, y comete evidentes errores de
apreciación (posiblemente por dejarse llevar por sus preferencias
ideológicas a la hora de juzgar a las personas) como los que le llevan a
considerar que Jordi Pujol es un ejemplo de honestidad. Pero, con
independencia de ello, es un testimonio extraordinariamente útil para
comprobar que el problema principal de la economía española es
el enorme poder de un puñado de familias que la dominan condicionando a
su favor todo tipo de decisiones económicas y políticas, y también para
corroborar que ese poder se fraguó en la dictadura franquista.
Prácticamente todos los apellidos que hoy día dominan los consejos de
administración de las grandes empresas españolas son los que hicieron
fortunas de la mano sangrienta del dictador, alguno de cuyos ex
ministros (como Sánchez Bella, según el testimonio presencial de Puerto
Ducet) “traficaba con oro, diamantes y piedras preciosas, con una
impunidad alarmante y con una cartera de ilustres clientes que hacían
cola en la antesala de su despacho” mientras que “a ningún comisario de
policía se le hubiera ocurrido meter la mano allí” (p. 110). O cuando
los constructores que todavía siguen llenando de cemento nuestro
territorio, o sus padres y abuelos, vendían a 175.000 pesetas viviendas
que costaban 30.000 y que tenían una subvención del gobierno de 60.000
(p. 37).
El libro es un testimonio de primera mano de cómo actúa el “Sanedrín
financiero”, según la expresión del autor del libro, que maneja la
economía española imponiendo siempre su voluntad al gobierno o al Banco
de España, bajo la batuta todopoderosa de Emilio Botín, presidente del
Banco de Santander y, según el autor de este libro, “de profesión
impune” (p. 17). Un banquero de algunas de cuyas andanzas para dominar
el sector financiero se da cuenta en el libro y que ha sido varias veces
imputado por causas como estafas, enriquecimiento ilícito, negligencia
o mala praxis profesional (p. 126). Y el libro tiene un especial
interés precisamente porque su autor fue directivo de Banif, el banco de
inversión vinculado al de Botín que protagonizó un auténtico corralito
abusando de la confianza de sus clientes y produciéndoles grandes
perjuicios económicos. Una estafa y un corralito posterior que, por
cierto, nunca preocupó demasiado a quienes ahora se empeñan en asegurar
que si un partido como Podemos sigue recolectando votos producirá el
hundimiento del sistema financiero.
Y en el libro se muestra además que las estafas y engaños de todo tipo
que viene realizando esta oligarquía financiera se llevan a cabo no solo
con la ayuda permanente y más visible de una gran parte de la clase
política sino también con la de intelectuales que dicen realizar
análisis independientes y, sobre todo, con la de numerosos jueces y
fiscales. Dice el autor, con razón, que “los departamentos de estudios y
análisis de la mayoría de bancos y sociedades no solo se han
transformado en coladeros de basura financiera, sino que actúan como
departamentos de cosmética al servicio de estos subproductos” (p. 67). Y
cuenta el libro cómo en España puede ocurrir que Luis de Usera -que
llegó a ser director general del Banco Hispano Americano- y su colega
Antonio Morenés “se asociaran en la Agencia de Valores Usera &
Morenés, falsificando centenares de firmas y utilizando sin su
conocimiento los documentos de identidad de jornaleros gaditanos para
hacerse con un paquete de acciones de Repsol (…) dos fedatarios
públicos, como quien no quiere la cosa, montaron una estafa y
sustrajeron la posibilidad de rentabilizar sus ahorros a medio millar de
pequeños accionistas de la petrolera (…) con el paso del tiempo y
cuando la alarma social se había diluido, un juicio de vergüenza y una
condena de compromiso dieron carpetazo al asunto” (p. 128). No en vano,
como señala el propio autor de este libro, en España “las sentencias en
firme falladas en contra de bancos y cajas no superan el 8% del total de
querellas” (p. 194). Y, como es bien sabido, si acaso no hay más
remedio que condenar a algún que otro delincuente financiero y de cuello
banco, el indulto vuelve las aguas de la corrupción a su cauce
habitual.
Lo que cuenta este libro, como lo que estamos ahora conociendo sobre la
fortuna de Pujol, no son hechos aislados, ni simples anécdotas. Este
tipo de testimonios muestran que el poder oligárquico impone que los
incentivos, la financiación, el orden institucional e incluso el
discurrir de la vida política se dediquen por entero a alimentar sus
negocios y no a la creación de riqueza y al mejor aprovechamiento de
nuestros recursos o a la satisfacción de las necesidades del conjunto de
la sociedad. Es la prueba palpable de que la oligarquía financiera es
la responsable de la gran desigualdad que produce burbujas constantes,
la debilidad de nuestra industria y la desertización de nuestro aparato
productivo. Y lo que demuestra que mientras no se ponga coto a su poder,
democratizando la economía y evitando que un puñado de viejas y
parásitas familias decidan el porvenir y se queden con la hacienda de
todos, no habrá manera de levantar de verdad nuestra economía.
Muchos economistas y comentaristas políticos dicen ahora que si fuerzas
políticas como Podemos, que han nacido de la mano de la creciente y
justa indignación de la gente, tuvieran votos suficientes para gobernar
se produciría un caos porque “los mercados” (es decir, esa oligarquía
financiera con nombres y apellidos) reaccionarían provocando paro,
pobreza y deterioro del clima económico (¡como si los de ahora fueran
buenos!).
Llevan razón. Hay que ser muy ingenuo para creer que estos grupos de
auténticos ladrones financieros que llevan decenios enriqueciéndose a
costa de engañar a los demás y de quedarse con los recursos públicos se
van a quedar quietos, sin más. Pero dar por hecho que el temor a esa
reacción debe llevar a la sumisión y decir que poner en cuestión el
poder oligárquico es una amenaza para la economía española es como
haberle dicho a los esclavos que se mantuvieran quietos porque si
reclamaban la abolición provocarían una sangrienta reacción de sus amos
o, a las mujeres que reclamaban sus derechos, que permanecieran siempre
calladas porque, en caso contrario, los hombres cargarán contra ellas.
A mí me parece que la cuestión que se debe plantear quien tenga un
mínimo de dignidad y contemple su existencia con un elemental sentido
ético es otra: sobre qué valores puede descansar una sociedad en materia
económica, qué tipo de reparto es el que garantiza que los seres
humanos seamos realmente iguales en derechos y posibilidades de
realización y, sobre todo, a dónde vamos realmente si seguimos aceptando
que una minoría, por muy poderosa que sea, imponga su voluntad y sus
intereses al resto de la sociedad. Decir que hemos de claudicar ante
“los mercados” es justificar lo que está pasando y darle alas a quienes
provocan los males que nos afligen.
Juan Torres López
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