En nuestro día a día hay muchos aparatos que utilizamos y que nos hacen la vida más fácil.
Gracias a ellos, cocinamos más rápido, podemos comunicarnos con
personas que se encuentran a miles de kilómetros de distancia, tenemos
multitud de información con sólo pulsar un botón... Muchos de esos inventos se crearon con un fin militar
–sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial-, pero su posterior evolución y desarrollo permitió aplicarlos en el campo civil.
Vicente Ortega es catedrático de Telecomunicaciones y director de la
Cátedra Isdefe-UPM -Universidad Politécnica de Madrid- que, entre otras
cosas, se dedicada a investigar las aplicaciones duales de muchas
tecnologías; según Ortega, la “fuerte relación entre el
desarrollo de la tecnología y las ‘artes militares’, y el desarrollo de
la guerra, es un hecho históricamente demostrado y que prácticamente
nadie niega”.
En algunos
casos, esos inventos surgieron por necesidades de los ejércitos... y
en otros, fueron esas mismas necesidades las que impulsaron el
desarrollo definitivo de algún invento. Ahora, en pleno siglo
XXI, nos encontramos con el proceso inverso: son muchas las
tecnologías del ámbito civil que se están aplicando en el ámbito de la
Defensa y la Seguridad, por los recortes presupuestarios en la I+D+i
que se registran estos sectores. Y esas tecnologías que tienen un doble
uso ponen de manifiesto la importancia de invertir en investigación,
desarrollo e innovación. En 1944, el entonces presidente de EE.UU.,
Franklin D. Roosevelt, encargó un informe al director de la Oficina de
Investigación y Desarrollo Científico, Vannevar Bush. El mandatario
estadounidense quería saber cómo dar a conocer al mundo las
contribuciones que, durante la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. había
hecho al conocimiento científico.
También
pedía a Bush asesoramiento sobre qué podía hacer el Gobierno para
apoyar las actividades de investigación, tanto públicas como privadas,
y cómo se podía elaborar un programa eficaz para descubrir y
desarrollar el talento científico de la juventud estadounidense, para
asegurar la continuidad futura de la investigación en el país. Algunas
de las conclusiones que obtuvo son éstas:
UNAS IDEAS REVOLUCIONARIAS...
“El
progreso científico es una clave esencial de nuestra seguridad como
nación, para mejorar nuestra salud, tener puestos de trabajo de mayor
calidad, elevar el nivel de vida y progresar culturalmente”.
“Es
esencial que los científicos prosigan realizando algunos de los aportes
a la seguridad nacional que tan eficazmente hicieron durante la guerra
(…) Los científicos fueron movilizados como las tropas y lanzados a la
acción para servir a su país en momentos de emergencia (…) En periodos
de paz debe haber más, y más adecuadas, investigaciones militares”.
“Las facultades, universidades e institutos de investigación son manantiales de conocimiento y comprensión.
Mientras estos organismos sean vigorosos y saludables, y sus
científicos tengan la libertad de perseguir la verdad, cualquiera que
sea el lugar al que conduzca, habrá un flujo de nuevos conocimientos
científicos para quienes puedan aplicarlos a problemas prácticos. En el
Gobierno, la industria u otros lugares”.INTERNET
En 1947, tres científicos de los Laboratorios Bell de EE.UU. -John Bardeen, Walter Bratain y William B. Shockley-, hacían la primera demostración práctica de un nuevo dispositivo, el transistor, que inauguraba la rama de la microelectrónica.
Su desarrollo dio lugar a los circuitos integrados y a los
microprocesadores que constituyen los ‘ladrillos básicos’ de toda la
arquitectura de los computadores y las redes de telecomunicaciones.
Años más tarde, ya en la década de los 60, el Departamento de Defensa de EEUU decidió crear ARPA, una agencia de investigación especializada cuyo objetivo era promover, financiar y coordinar proyectos de I+D
-Investigación y Desarrollo- que tuvieran interés estratégico para el
Ejército. En ARPA –donde trabajaban investigadores militares y civiles-
existía la necesidad de desarrollar tecnologías que permitieran la comunicación de datos entre computadoras, utilizando las infraestructuras de las redes telefónicas existentes en aquel momento.
Y ante la necesidad, comenzó el trabajo. En 1964, Paul Baran, ingeniero de la RAND Corporation -otra agencia creada por la Fuerza Aérea de EE.UU.-, comenzó
a pensar en la creación de una nueva red de servicio público con una
planta para comunicaciones digitales diseñadas específicamente para la
transmisión de datos entre una gran cantidad de usuarios. El germen de internet estaba sembrado…
Sin embargo, no fue hasta 1967 cuando comenzó el desarrollo de ARPANET
la primera red de intercambio de datos entre computadores. En 1969, ya
había cinco nodos de la red conectados y en 1971, se superaba la docena.
A pesar de todo, no fue hasta el año 1983 cuando nació el Internet que todos conocemos. Lo hizo como conjunto de redes que empleaban distintas tecnologías con un protocolo común, el IP -cuyo ‘padre’ es Vinton Cerf-.
En 1986, su gestión pasó a manos de la NSF -National Science
Foundation-, máxima organización civil de coordinación y financiación de
la I+D de EEUU y en 1988 se permitió el acceso a la red a empresas y
particulares. Desde entonces y hasta hoy, el crecimiento de Internet es,
sencillamente, imparable.
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