lunes, 1 de septiembre de 2014

La matanza de los zánganos

Las abejas son unos insectos muy bien organizados, cuyo desarrollo social ha sido muchas veces objeto de modelo de utopias o de estudiosos sociales. Por supuesto, el hombre tiende a ver las cosas a su imagen y semejanza, y por eso otorga la jerarquía que se ha impuesto a sí mismo a sus objetos de estudio. Así, a la gran madre ponedora de las abejas la bautiza como "reina", aunque no mande nada, ni tenga ningún poder ni privilegio. Al contrario, sufre una vida de enclaustramiento casi total y está obligada a poner huevos continuamente. Sin embargo, hay muchas cosas que aprender del funcionamiento de una colmena, donde cada uno de sus miembros tiene un trabajo, una función, y en la cual en realidad, pese a los deseos de las minorias que se han apropiado de la riqueza y del poder en las sociedades humanas, todos son iguales.

Dejando un poco de lado el funcionamiento general de una colmena, que nos quitaría mucho tiempo, hay un acontecimiento esencial y ejemplar en el mundo de las abejas que debería de servir de inspiración a los hombres. Como sabemos, las abejas se dividen en la madre, los soldados, las recolectoras y las obreras, adoptando estos dos últimos grupos puestos intercambiables (es decir,  turnándose en su puesto dependiendo de las circunstancias y necesidades del momento). Hay un cuarto grupo que, al contrario que las anteriores, vive temporalmente sin trabajar, el de los zánganos.

Parece que en cada colmena hay en torno a 300-400 zanganos, cuya función es únicamente la de fecundar a la reina cuando esta inicia su vuelo nupcial. Este proceso es rápido, y una vez fecundada la reina, durante unos días se dedican a vivir la vida, comer miel, estorbar en la colmena sin aportar nada productivp.

Lógicamente, al contrario que los humanos, las abejas no permiten que un grupo de vagos y aprovechados vivan a su costa durante mucho tiempo, así que, cuando pasan unos días, abandonan sus trabajos habituales y, en grupos de cuatro, atacan a los zanganos hasta matarlos. El importante acontecimiento, que sanea la colmena y permite que la sociedad siga funcionando a la perfección, se llama en el mundo de los apicultores "la matanza de zanganos".

En unas horas, a las puertas de la colmena se acumulan los cuerpos destrozados de cientos de parásitos, de aquellos que vivían sin dar palo al agua del trabajo de los soldados, recolectores y soldados (tres grupos que, como hemos dicho, están formados alternativamente por todos los miembros de la comunidad). En definitiva, lo que hacen las abejas es evitar que haya aprovechados en la colmena, un sanamiento muy útil y necesario pues, como describe Maurice  Maeterlinck  en su La vida de las abejas, cuanto más zánganos vivos haya en una colmena menos posibilidad tiene esta de supervivencia.

Una vez más las abejas nos dan una lección, esta vez de como mantener la sociedad limpia de parásitos, algo aún más útil en la sociedad de los hombres, donde los "zánganos humanos" se apropian de la mayor parte de la producción de los demás miembros de la comunidad y, además, impiden que muchos de estos tenga un puesto de trabajo y medios de subsistencia suficientes, algo que entre las abejas no sucede.

De hecho, los grandes revolucionarios de la historia han sabido siempre que la única manera de hacer que la sociedad humana funcione justamente, con igualdad y sin permitir privilegios de nadie es, precisamente, hacer algo parecido a la matanza de los zánganos. Algo que, lamentablemente, no es tan fácil en las complejas sociedades humanas, lo que hace evidene que, pues en esta caso los zánganos si que tienen aguijón, además de que tras siglos de saqueo controlan los medios de producción económicos, ideológicos y militares, la única forma de acabar con los parásitos sea organizar revoluciones, guerrillas, o alzamientos populares.

En un tiempo en que la mayoría de los hombres está cada vez más sometida a una minoria de zánganos inproductivos y parasitarios del trabajo ajeno, quizás es hora de echar mano a las palabras de Roberspierre, cuando, como consecuencia del despertar del hombre a la luz de la razón, nos recordó que

“¡El hombre ha nacido para la felicidad y para la libertad y en todas partes es esclavo e infeliz! ¡La sociedad tiene como fin la conservación de sus derechos y la perfección de su ser; y por todas partes la sociedad lo degrada y lo oprime! ¡Ha llegado el tiempo de recordarle sus verdaderos destinos!” (Roberspierre).

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