Maneras de asesinar
Mata limpiamente.
Con lejanía. Con sigilosa nocturnidad a ser posible.
No cojas un cuchillo y degolles a un hombre como si fuera una bestia a la que sacrificas para un ritual.
La expresión "pasar a cuchillo" es
sinónimo de escalofrío, de hundirnos en las profundidades de la noche de
los tiempos, de conspiraciones palaciegas o, más habitual, de asaltos a
humildes aldeas. En Teguise (Lanzarote), existe el "Callejón de la
Sangre", nombre debido a un ataque de piratas berberiscos que masacró al pueblo a finales del siglo XVI.
Nadie dice de los habitantes de
Hiroshima o Nagasaki que fueron pasados (¿o asados?) a bomba nuclear. Ni
al hablar de la reciente acción militar israelí es común que medio
informativo alguno diga que 500 niños palestinos fueron pasados por las
armas. A nadie en el mundo le ha sido otorgado ver la cara de cada uno
de esos niños antes de recibir el impacto de la explosión y salir
volando por los aires. Tampoco nos han mostrado sus agonías. Incluso,
quizás, si sobrevive, su rostro saldrá pixelado, para, ya que somos
incapaces de garantizarles una existencia digna, preservarles la
intimidad o el burgués derecho a la imagen.
En las últimas semanas, mundos
complementarios, hemos visto a niños musulmanes cortando cuellos de
muñecos y a rubitas niñas cristianas posando con fusiles rosa. Ambas
imágenes son paradigmas de que la dicotomía civilización o barbarie es
falsa. Creo que cada civilización, siempre que se cimienta sobre los
pilares de la injusticia y la aluminosis del fanatismo religioso, lleva a
cuestas su barbarie. Y paralelamente, y con toda lógica, mientras mayor
es su capacidad tecnológica, mayor es su capacidad de barbarie.
El cuchillo, rustico, limitado, tiene
miles de años, lo puede manejar el analfabeto. El caza, la bomba de
racimo, el ingenio atómico, o cualquier otro artilugio de destrucción
sofisticado, necesitan al hombre que ha transitado los escalafones
educativos, los escalones hacia la plenitud humana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario