Parece
ser que hay vientos mesetarios que quieren arrastrar las ansias de
libertad del Pueblo Andaluz. Se trata de vientos racheados que traen
fina arena y nos impide ver
Como
Miguel Hernández, me pregunto quién o quiénes ponen trabas a los
andaluces de relámpagos y huracanes, quienes les ponen los yugos que les
mantienen prisioneros en una jaula y evitan que los vientos del pueblo
les lleven.
Las llaves de esa jaula las tiene Doña Telma envueltas en un acartonado jubón, que a veces es rojigualdo y otras veces, si es fiesta de guardar, se torna blanquiverde. Durante la noche, es su mayordomo, quien con atoronjadas lisonjas engaña a quienes las demandan, diciéndoles que no hay jubones, que la pajarera está abierta y si no lo está, las llaves desde luego las tienen otros.
Pero los andaluces, como dijo el poeta, fueron forjados en los yunques torrenciales de las lágrimas, y como llueve sobre mojado, saben, a pesar del olvido promovido por guardeses y hacendados, que esas llaves se forjarán y se tornearán con lucha organizada y a ritmo de martinete.
Parece ser que hay vientos mesetarios que quieren arrastrar las ansias de libertad del Pueblo Andaluz. Se trata de vientos racheados que traen fina arena y nos impide ver. Y cuando no hay viento, aparecen mayorales que nos marcan el camino, y nos guían por pedregales sin acequias donde beber, por servidumbres polvorientas marcadas por los pasos de otros que no llevan a dehesa alguna, sino a desarraigantes mataderos más allá del paso de Balat Humayd.
Sus cabestros se esfuerzan por conducir a propios y extraños hacia corrales donde los andaluces no tienen conciencia, no tienen habla, no tienen fuerzas ni ganas de escapar. Por eso los mayorales pretenden llevarlos a un lejano lugar, atraídos por los mansos, procurando el pan de hoy y el hambre de mañana.
Y es que no tiene sentido alguno, que para que el Pueblo Andaluz alcance su libertad, tenga que mendigarla a sus capataces, sea en Madrid, Bruselas o en la calle del Muro. Es en tierra andaluza donde toca bregar, y salvando nuestra tierra, estaremos salvando a los Pueblos y a la Humanidad. Sólo así podremos decir que podemos cambiar la realidad de nuestro entorno. Sólo así seremos internacionalistas: de Andalucía hacia el Mundo.
¿Qué proyecto político puede ser asumible por los andaluces, sino aquel que habilite al Pueblo a asumir su futuro político sin depender de intereses ajenos? ¿A qué clase de libertad vamos a aspirar, si no rompemos antes las ataduras que nos sujetan a la miseria ética y política en nuestra propia tierra?
Cada vez que se marcha en Rota contra la base militar imperialista yanki no falta a la cita un puñado de trabajadores roteños que recuerda a los manifestantes que gracias a sus misiles ellos comen caliente, y que no les falte nunca. A pesar de ello, nunca faltamos a la cita para denunciar la ocupación de nuestra tierra por parte de asesinos a sueldo. Y que no faltemos nunca.
La ocupación capitalista de tierras andaluzas no es algo circunstancial, anecdótico ni nuevo. Los puertos marítimos están en manos de la oligarquía financiera e industrial. Sin embargo, cada vez quedan menos cofradías de pescadores y almadrabas, ni se fomenta el desarrollo manufacturero de productos del mar.
Sin trabajo y con precariedad constante cualquier migaja resulta un manjar para el alienado andaluz, y la ferocidad que demuestra para defender su mendrugo de pan no se encauza hacia la lucha organizada, sino que se fomenta la alienación y se ensalza la barbarie. En lugar de exigir el fin de la oligarquía especuladora de ultramar mediante la fiscalización de casinos y demás lavanderías de dinero, se alienta al explotado a exigir la libertad del explotador para que le siga explotando.
Siendo Andalucía una nación ocupada, ¿dónde queda entonces la acción política y sindical? ¿Cuál debe ser el discurso y la práctica política? ¿Acaso debemos permitir una armonización entre la barbarie capitalista y el sufrimiento del pueblo trabajador? ¿Es que no perdemos oportunidades de oro cuando deberíamos explicar las contradicciones del capitalismo a pie de frontera? ¿O es que quizá hablar de fronteras puede suponer una incongruencia cuando sólo se delimitan al sur, pero no al norte de Andalucía?
Las llaves de esa jaula las tiene Doña Telma envueltas en un acartonado jubón, que a veces es rojigualdo y otras veces, si es fiesta de guardar, se torna blanquiverde. Durante la noche, es su mayordomo, quien con atoronjadas lisonjas engaña a quienes las demandan, diciéndoles que no hay jubones, que la pajarera está abierta y si no lo está, las llaves desde luego las tienen otros.
Pero los andaluces, como dijo el poeta, fueron forjados en los yunques torrenciales de las lágrimas, y como llueve sobre mojado, saben, a pesar del olvido promovido por guardeses y hacendados, que esas llaves se forjarán y se tornearán con lucha organizada y a ritmo de martinete.
Parece ser que hay vientos mesetarios que quieren arrastrar las ansias de libertad del Pueblo Andaluz. Se trata de vientos racheados que traen fina arena y nos impide ver. Y cuando no hay viento, aparecen mayorales que nos marcan el camino, y nos guían por pedregales sin acequias donde beber, por servidumbres polvorientas marcadas por los pasos de otros que no llevan a dehesa alguna, sino a desarraigantes mataderos más allá del paso de Balat Humayd.
Sus cabestros se esfuerzan por conducir a propios y extraños hacia corrales donde los andaluces no tienen conciencia, no tienen habla, no tienen fuerzas ni ganas de escapar. Por eso los mayorales pretenden llevarlos a un lejano lugar, atraídos por los mansos, procurando el pan de hoy y el hambre de mañana.
Y es que no tiene sentido alguno, que para que el Pueblo Andaluz alcance su libertad, tenga que mendigarla a sus capataces, sea en Madrid, Bruselas o en la calle del Muro. Es en tierra andaluza donde toca bregar, y salvando nuestra tierra, estaremos salvando a los Pueblos y a la Humanidad. Sólo así podremos decir que podemos cambiar la realidad de nuestro entorno. Sólo así seremos internacionalistas: de Andalucía hacia el Mundo.
¿Qué proyecto político puede ser asumible por los andaluces, sino aquel que habilite al Pueblo a asumir su futuro político sin depender de intereses ajenos? ¿A qué clase de libertad vamos a aspirar, si no rompemos antes las ataduras que nos sujetan a la miseria ética y política en nuestra propia tierra?
Cada vez que se marcha en Rota contra la base militar imperialista yanki no falta a la cita un puñado de trabajadores roteños que recuerda a los manifestantes que gracias a sus misiles ellos comen caliente, y que no les falte nunca. A pesar de ello, nunca faltamos a la cita para denunciar la ocupación de nuestra tierra por parte de asesinos a sueldo. Y que no faltemos nunca.
La ocupación capitalista de tierras andaluzas no es algo circunstancial, anecdótico ni nuevo. Los puertos marítimos están en manos de la oligarquía financiera e industrial. Sin embargo, cada vez quedan menos cofradías de pescadores y almadrabas, ni se fomenta el desarrollo manufacturero de productos del mar.
Sin trabajo y con precariedad constante cualquier migaja resulta un manjar para el alienado andaluz, y la ferocidad que demuestra para defender su mendrugo de pan no se encauza hacia la lucha organizada, sino que se fomenta la alienación y se ensalza la barbarie. En lugar de exigir el fin de la oligarquía especuladora de ultramar mediante la fiscalización de casinos y demás lavanderías de dinero, se alienta al explotado a exigir la libertad del explotador para que le siga explotando.
Siendo Andalucía una nación ocupada, ¿dónde queda entonces la acción política y sindical? ¿Cuál debe ser el discurso y la práctica política? ¿Acaso debemos permitir una armonización entre la barbarie capitalista y el sufrimiento del pueblo trabajador? ¿Es que no perdemos oportunidades de oro cuando deberíamos explicar las contradicciones del capitalismo a pie de frontera? ¿O es que quizá hablar de fronteras puede suponer una incongruencia cuando sólo se delimitan al sur, pero no al norte de Andalucía?
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