Se trata recrear los objetivos políticos por los que dieron la vida y la juventud y de recuperar el único cordón umbilical de lucha de clases
La democratización de la Jefatura de Estado en
nuestro país representa mucho más que el paso de un sistema hereditario
a uno refrendado en las urnas cada cierto tiempo. Abre la oportunidad
de dar la voz al pueblo trabajador y avanzar en la participación y en la
democracia, pero supone, además, recuperar el hilo de construcción del
poder popular (la democracia) roto por el golpe de estado de 1936, los
40 años de dictadura franquista, la transición del "atado y bien atado",
el olvido programado, el maquillaje ideológico y la consigna del miedo
al pasado como forma de control social.
No somos Francia, Alemania o Estados Unidos, donde la palabra República sí es esencialmente la Jefatura de Estado no hereditaria. Para nosotras, enarbolar hoy la bandera republicana, la roja, la rojinegra, la de cada territorio, es mucho más. No es un acto nostálgico ni de revanchismo infantil; tampoco es ni exclusiva ni fundamentalmente una forma de hacer justicia histórica a los cientos de miles personas enterradas en las cunetas, exiliadas, borradas, esclavizadas y encerradas. Se trata de recuperar un grito de No Pasarán en el que cabemos todas y todos. Se trata recrear los objetivos políticos por los que dieron la vida y la juventud y de recuperar el único cordón umbilical de lucha de clases en la Península Ibérica: el que conocimos en abril de 1931 y nos arrebataron con la Constitución Monárquica y Capitalista de 1978.
Sí, que nadie se asuste, de lucha de clases: entre 1931 y 1939 se luchó contra los privilegios de clase, por la mera supervivencia, contra la injusticia y el hambre de siglos. Se luchó por construir un mundo nuevo que pusiera en el centro a los pueblos y las personas. Se luchó por la vivienda, la salud, la educación, los derechos de las mujeres y las culturas. Por la dignidad. Se luchó por la ruptura, esa que tanto asusta hoy, porque la reforma no era posible.
Sí, que nadie se ofenda, Constitución Capitalista: la transición fue un gol de clase. En ese momento estuvo en juego la oportunidad de recuperar aquello que una dictadura (no blanda sino muy dura) de 40 años había intentado aplastar. La Constitución de 1978 no es una obra de maravillosa ingeniería democrática sino la piedra de toque de la institucionalización de la explotación, del patriarcado, del poder de la Iglesia, de la opresión de pueblos. La imposición del Rey nombrado por Franco forma parte de ese mismo gol de clase: representa el aplastamiento del pueblo trabajador. No sabemos quién vino a ver a Juan Carlos I el 23 de febrero de 1981 - si Dios, los grandes empresarios o la CIA – pero ese intento de golpe de estado le catapultó, en sus horas más bajas, como defensor de la democracia, la estabilidad, la paz y la convivencia en el Estado Español. El golpe de Estado de Tejero permitió desempolvar el miedo al pasado cuando más se necesitaba. Las casualidades históricas no existen, y algún día lo comprobaremos.
Por todas estas razones, tantas veces explicadas pero que hoy conviene recordar, no estamos sólo pidiendo un referéndum sobre la forma de Estado, sino recuperando una memoria activa y vigente de una lucha robada y borrada. Cambiar la Jefatura de Estado supone reformar el Título Preliminar de la Constitución, una de sus partes más blindadas: implica disolver las Cortes, convocar elecciones, abrir un proceso constituyente en el que deberíamos reclamar no sólo democracia sino justicia social. En palabras que significan lo mismo pero asustan más (preguntémonos por qué): lucha contra la Monarquía y lucha anticapitalista.
Pobre del pueblo que no atesore la memoria de sus luchas porque estará vencido antes de echar a andar. Ojalá los pueblos del Estado Español, grandes, libres y varios, recuerden que no tiene ningún sentido luchar contra la Monarquía si no se incorporan las luchas sociales y obreras. Debemos romper con nuestra historia de explotación y opresión, de hambre y de vejación porque sigue sin servirnos la reforma maquillada de cambiar la forma para que el fondo siga igual. Ojalá no olvidemos que el No pasarán es también el no hay dos sin tres, el derecho a techo, mi cuerpo es mío, la Sanidad Pública, la Educación Libre de sus enseñanzas, el OTAN NO, la insumisión frente a toda la deuda, la salida del euro y todo lo que queramos añadir porque, a pesar de todo, nuestros sueños siguen sin caber en sus urnas.
No somos Francia, Alemania o Estados Unidos, donde la palabra República sí es esencialmente la Jefatura de Estado no hereditaria. Para nosotras, enarbolar hoy la bandera republicana, la roja, la rojinegra, la de cada territorio, es mucho más. No es un acto nostálgico ni de revanchismo infantil; tampoco es ni exclusiva ni fundamentalmente una forma de hacer justicia histórica a los cientos de miles personas enterradas en las cunetas, exiliadas, borradas, esclavizadas y encerradas. Se trata de recuperar un grito de No Pasarán en el que cabemos todas y todos. Se trata recrear los objetivos políticos por los que dieron la vida y la juventud y de recuperar el único cordón umbilical de lucha de clases en la Península Ibérica: el que conocimos en abril de 1931 y nos arrebataron con la Constitución Monárquica y Capitalista de 1978.
Sí, que nadie se asuste, de lucha de clases: entre 1931 y 1939 se luchó contra los privilegios de clase, por la mera supervivencia, contra la injusticia y el hambre de siglos. Se luchó por construir un mundo nuevo que pusiera en el centro a los pueblos y las personas. Se luchó por la vivienda, la salud, la educación, los derechos de las mujeres y las culturas. Por la dignidad. Se luchó por la ruptura, esa que tanto asusta hoy, porque la reforma no era posible.
Sí, que nadie se ofenda, Constitución Capitalista: la transición fue un gol de clase. En ese momento estuvo en juego la oportunidad de recuperar aquello que una dictadura (no blanda sino muy dura) de 40 años había intentado aplastar. La Constitución de 1978 no es una obra de maravillosa ingeniería democrática sino la piedra de toque de la institucionalización de la explotación, del patriarcado, del poder de la Iglesia, de la opresión de pueblos. La imposición del Rey nombrado por Franco forma parte de ese mismo gol de clase: representa el aplastamiento del pueblo trabajador. No sabemos quién vino a ver a Juan Carlos I el 23 de febrero de 1981 - si Dios, los grandes empresarios o la CIA – pero ese intento de golpe de estado le catapultó, en sus horas más bajas, como defensor de la democracia, la estabilidad, la paz y la convivencia en el Estado Español. El golpe de Estado de Tejero permitió desempolvar el miedo al pasado cuando más se necesitaba. Las casualidades históricas no existen, y algún día lo comprobaremos.
Por todas estas razones, tantas veces explicadas pero que hoy conviene recordar, no estamos sólo pidiendo un referéndum sobre la forma de Estado, sino recuperando una memoria activa y vigente de una lucha robada y borrada. Cambiar la Jefatura de Estado supone reformar el Título Preliminar de la Constitución, una de sus partes más blindadas: implica disolver las Cortes, convocar elecciones, abrir un proceso constituyente en el que deberíamos reclamar no sólo democracia sino justicia social. En palabras que significan lo mismo pero asustan más (preguntémonos por qué): lucha contra la Monarquía y lucha anticapitalista.
Pobre del pueblo que no atesore la memoria de sus luchas porque estará vencido antes de echar a andar. Ojalá los pueblos del Estado Español, grandes, libres y varios, recuerden que no tiene ningún sentido luchar contra la Monarquía si no se incorporan las luchas sociales y obreras. Debemos romper con nuestra historia de explotación y opresión, de hambre y de vejación porque sigue sin servirnos la reforma maquillada de cambiar la forma para que el fondo siga igual. Ojalá no olvidemos que el No pasarán es también el no hay dos sin tres, el derecho a techo, mi cuerpo es mío, la Sanidad Pública, la Educación Libre de sus enseñanzas, el OTAN NO, la insumisión frente a toda la deuda, la salida del euro y todo lo que queramos añadir porque, a pesar de todo, nuestros sueños siguen sin caber en sus urnas.
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