Arturo Pérez-Reverte es muy español.
Bravucón, fullero, malhablado, presuntuoso, fulero, procaz. Hay miles de
españoles así. Solo hace falta acercarse a la barra de un bar para
encontrar a un individuo con esas características. Se les reconoce de
inmediato por sus fanfarronadas. Con un palillo entre los dientes y
escupiendo por un colmillo, presumen de haber encontrado la piedra
filosofal. No entienden por qué el mundo no les hace caso, pues tienen
soluciones para todo. Si les dejaran, arreglarían todos los problemas
con dos patadas y unos cuantos mamporros.
Sus baladronadas explotan como
bombas fétidas, contaminando el aire que respiran. Su verborrea es
irrefrenable, pues nace de una vanidad incombustible. Pérez-Reverte
presume de sus ventas, pero eso no le convierte en un buen escritor. En
nuestra historia reciente, los autores más vendidos se llaman José María
Gironella, Fernando Vizcaíno Casas, Luis Romero, Boris Izaguirre, Lucía
Etxebarria o Belén Esteban. Es indiscutible que el porvenir le reserva
un lugar de honor en este parnaso, donde prospera el plagio, la prosa
deleznable, el premio fraudulento y el tráfico de influencias. Roma no
paga a traidores, pero el fondo de reptiles sigue fluyendo con el hedor
inconfundible de una cloaca. Por desgracia, la política, la mafia y la
literatura se confunden en la misma maleza de imposturas, infamias y
mentiras.
PLAGIARIO
El plagio es un pecado capital en el
arte y Arturo Pérez-Reverte, amante de los excesos, no podía pasar de
largo esa tentación. La Audiencia Provincial de Madrid le condenó en
2010 por plagiar el guión de la película Gitano, imponiéndole
una indemnización de 200.000 euros a favor de González-Vigil, director y
guionista de la película. El agraviado manifestó que Pérez-Reverte
debería perder su sillón de académico, si existiera un ápice de
“decencia” en una institución que presume de fijar, limpiar y
proporcionar esplendor a nuestro idioma. Por supuesto, Pérez-Reverte no
movió su trasero y la RAE añadió un nuevo capítulo de miseria a su
bochornosa historia. No es extraño que “académico” se haya convertido en
sinónimo de mediocre, petulante y engreído. Pérez-Reverte insultó hasta
el aburrimiento a González-Vigil, acusándole de obrar por envidia y
afán de lucro. Está claro. Todos quieren ser Pérez-Reverte, español
universal y genio de la talla de Cervantes y Quevedo. La SGAE y la
prensa del régimen del 78 excusaron al plagiario y proclamaron que
España era un país cainita, incapaz de soportar el éxito ajeno. Apenas
mencionaron que la indemnización no cubría las costas y, por tanto, era
insuficiente para compensar los gastos de González-Vigil en un proceso
que había durado doce incomprensibles años. Pérez-Reverte no pidió
perdón ni se avergonzó en ningún momento. ¿Por qué hacerlo? ¿Acaso
Camilo José Cela no había plagiado y recurrido a negros para alimentar
su carrera hacia el Nobel? En Desmontando a Cela, Tomás García
Yebra demuestra con evidencias incontestables que Cela utilizó negros
desde los años 50. Los más conocidos son Mariano Tudela y Marcial
Suárez. Si el Nobel plagió y contrató a negros para escribir sus
novelas, ¿por qué desviarse de una tradición muy española?
MACHISTA
Cuando Miguel Ángel Moratinos, Ministro
de Asuntos Exteriores, abandonó su cargo y no pudo contener sus
lágrimas, Pérez-Reverte escribió en Twitter: “Ni para irse tuvo huevos”.
Después añadió que era una “nenaza”. Algunos le acusaron de machismo,
pero el plumífero se ofendió, pues ya había demostrado en su artículo
“Mujeres como las de antes” (El Semanal, 27-07-07) su profundo
respeto al género femenino: “Muchas veces he dicho que apenas quedan
mujeres como las de antes. Ni en el cine, ni fuera de él. Y me refiero a
mujeres de esas que pisaban fuerte y sentías temblar el suelo a su
paso. Mujeres de bandera”. Después de estas palabras dignas de un
falangista nostálgico, Pérez-Reverte evocaba su encuentro con “una torda
espectacular” en el vestíbulo del Hotel Palace, mientras
departía con Javier Marías, triste imitador de James Joyce y Laurence
Sterne. Es evidente que Pérez-Reverte contempla a las mujeres con la
perspectiva de un jinete, hambriento de una buena cabalgada. A fin de
cuentas, “las mujeres de antes” sabían cuál era su papel: ocuparse de
las labores domésticas y ser el descanso del guerrero. Pérez-Reverte
reconoce que aulló con Javier Marías cuando surgió el nombre de Sophia
Loren. Desgraciadamente, se dieron por aludidas “una focas desechos de
tienta que pasaban junto a nosotros vestidas con pantalón pirata, lorzas
al aire y camiseta sudada; creyendo, las infelices, que nuestro por allí resopla
va por ellas”. Animados por la charla, Marías y Pérez-Reverte acabaron
lamentando que las mujeres ya no se parecieran a sus “madres, tías,
primas mayores, vecinas”. Escribe Pérez-Reverte: “Hasta las niñas, en el
recreo, se recogían con una mano la falda del babi y procuraban caminar
como las mujeres mayores, con suave contoneo condicionado por la sabia
combinación de tacones, falda que obligaba a moverse de un modo
determinado, caderas en las que nunca se ponía el sol y garbo propio de
hembras de gloriosa casta. En aquel tiempo, las mujeres se movían como
en el cine y como señoras porque iban al cine y porque, además, eran
señoras”. Es evidente que las mujeres de hoy en día no son señoras.
Javier Marías y Pérez-Reverte coinciden con José María Aznar, al que le
gusta que “la mujer sea mujer, mujer”. Envalentonado, Pérez-Reverte
sigue exponiendo su interpretación de lo femenino: “Se nos cruza una
rubia de buena cara y mejor figura, vestida de negro y con zapatos de
tacón, que camina arqueando las piernas, toc, toc, con tan poca gracia
que es como para, piadosamente -¿acaso no se mata a los caballos?-,
abatirla de un escopetazo. Nos paramos a mirarla mientras se aleja,
moviendo desolados la cabeza. Quod erat demostrandum, le digo
al de Redonda para probarle que yo también tengo mis clásicos. Mírala,
chaval: belleza, cuerpo perfecto, pero cuando decide ponerse elegante
parece una marmota dominguera”. Por último, Pérez-Reverte no desperdicia
la ocasión de insultar a la jovencita de hoy en día, aficionada a
“sentarse despatarrada, el tatuaje en la teta y el piercing en el
ombligo”. Yo he sido profesor de enseñanza media durante quince años y
he tenido a cientos de alumnas así. Ya no estamos en los años del
franquismo –bueno, al menos en teoría- y me parece perfecto que se
vistan como les dé la gana. Las reflexiones de Pérez-Reverte parecen
inspiradas por José Antonio Primo de Rivera. Advierto en ambos
personajes el mismo desprecio por los derechos de la mujer y el
insoportable machismo del que sale a la calle buscando culos y tetas. Es
difícil leer el artículo de Pérez-Reverte y no sentir pasmo e
indignación. Indignación por su visión de la mujer y pasmo por su
desvergüenza para exteriorizar sus prejuicios, empleando un estilo
chabacano y tabernario.
CLASISTA
Cuando hace unos años, Pérez-Reverte
cruzó espadas con Francisco Umbral, otro putrefacto con eco mediático,
finalizó su artículo con las amenazas de un macarra en toda la regla,
acusando a su adversario de “una proverbial cobardía física, que siempre
le impidió sostener con hechos lo que desliza desde el cobijo de la
tecla. Pero al detalle iremos otro día. Cuando me responda, si tiene
huevos”. Lo de los huevos es un reflejo automático en Pérez-Reverte,
machista irredento y rufián de cuidado que arregla sus querellas con
navajazos verbales. Por eso, cuando Rodríguez Zapatero dejó la
Presidencia de Gobierno le espetó: “la mayoría de los españoles no somos
tan gilipollas como usted” y le invitó a dar la cara: “…si tiene los
santos huevos de entrar en un bar a tomar ese café que, estoy seguro,
sigue sin tener ni puta idea de lo que vale”. Está claro que todo es una
cuestión de huevos. Pérez-Reverte fue corresponsal de guerra y los
tiene bien puestos, si bien las malas lenguas sostienen que pagaba a
soldados y milicianos para que dispararan ráfagas cuando las cámaras
empezaban a grabar, creando la impresión de que se hallaba en el centro
de una peligrosa escaramuza. Solo es un rumor, pero otros que han batido
el cobre de la guerra no desmienten esa poco épica versión de su
trabajo.
A Pérez-Reverte no le gustan los pordioseros que afean el centro de Madrid y compadece a los policías municipales que se abstienen de intervenir por no correr el riesgo de ser llamados “esbirros fascistas”. En un artículo rebosante de esnobismo y odio de clase, Pérez-Reverte retrata con repulsivo desdén a un indigente que aparece en su camino: “Plaza del Callao, Madrid. Doce y media de la mañana. Tirado en el suelo sobre una manta y cartones, junto a un cochecito de niño cargado de paquetes y chismes, entorpeciendo el paso de la gente, un fulano barbudo, sucio, corpulento, está quitándose pelotillas de entre los dedos de los pies descalzos. La postura es de lo más relaxing cup de café con leche in Madrid, que diría la alcaldesa Ana Botella: tiene una pierna cruzada sobre otra -y quizá porque está tumbado al sol y hace calor- los pantalones bajados hasta las ingles, mostrando unas carnes mugrientas e hirsutas y unos calzoncillos de sospechosos tonos pardos. Al llegar a su altura, la peña se aparta con precaución, creándole en torno una pequeña tierra de nadie, un glacis en el que se ve un reguero de algo líquido que proviene del vivac callejero del fulano, ignoro si vino de un tetrabrik que figura entre sus posesiones o alguna clase de líquido de origen más personal y orgánico que, con tal de no levantarse, el individuo ha excretado directamente desde su cómodo apostadero” (“Relaxing cup in Madrid”, Semanal 21-10-13). Afortunadamente, la verdad es obstinada y surge por cualquier esquina. En el blog Photo-Thinking: Photo (no) News, el fotógrafo y periodista Czuko Williams pone las cosas en su sitio, desmontando el libelo de Pérez-Reverte:“Es una pena que el Sr. Reverte [...] no haya tenido las santas gónadas de bajar a la arena, rememorando sus años de callejeo junto a la Policía de Madrid y de tiroteos en el Territorio Comanche, para preguntarle un par de cosas a este mendigo que tiene un nombre. Se llama Juan, Juan Mascuñano Torres. Un día tuvo un trabajo y hasta un coche que quedó abandonado, tras una crisis de pareja, en una calle de Pozuelo. Tuvo una vida que no estaba tan alejada de los dones de los que disfrutamos, con mayor o menor fortuna cada uno de nosotros; dones que por error, el Sr. Pérez Reverte considera que son eternos, que no terminan…obviando que un golpe del destino, un traspiés, una guerra o una simple enfermedad puede ponerle a él, como a mí, como a Juan o como a usted que lee estas líneas, en el mismo plácido colchón enlosado de la Calle Gran Vía. Porque Sr. Pérez Reverte, usted si no miente es que no se entera. Juan Mascuñano Torres habita desde hace años junto a Lourdes en la Calle Gran Vía, a las puertas de un cine –que no en la Plaza de Callao, como usted rubrica- Vive allí porque como él me ha dicho muchas veces, la vida en los albergues es una tortura. Está tumbado porque después de una paliza y la pérdida de un pulmón, no tiene movilidad en las piernas. Está en ese punto concreto porque es un lugar en el que existe una rejilla de ventilación que hace menos incómodas las noches al raso. Tiene una silla de ruedas –que no un cochecito de niño lleno de cachivaches- porque la necesita para moverse. Orina en una botella de plástico y jamás le ha visto nadie excretar en la calle, y menos usted, que no sabe, sin duda, de lo que está escribiendo si no es de oídas”.
A Pérez-Reverte no le gustan los pordioseros que afean el centro de Madrid y compadece a los policías municipales que se abstienen de intervenir por no correr el riesgo de ser llamados “esbirros fascistas”. En un artículo rebosante de esnobismo y odio de clase, Pérez-Reverte retrata con repulsivo desdén a un indigente que aparece en su camino: “Plaza del Callao, Madrid. Doce y media de la mañana. Tirado en el suelo sobre una manta y cartones, junto a un cochecito de niño cargado de paquetes y chismes, entorpeciendo el paso de la gente, un fulano barbudo, sucio, corpulento, está quitándose pelotillas de entre los dedos de los pies descalzos. La postura es de lo más relaxing cup de café con leche in Madrid, que diría la alcaldesa Ana Botella: tiene una pierna cruzada sobre otra -y quizá porque está tumbado al sol y hace calor- los pantalones bajados hasta las ingles, mostrando unas carnes mugrientas e hirsutas y unos calzoncillos de sospechosos tonos pardos. Al llegar a su altura, la peña se aparta con precaución, creándole en torno una pequeña tierra de nadie, un glacis en el que se ve un reguero de algo líquido que proviene del vivac callejero del fulano, ignoro si vino de un tetrabrik que figura entre sus posesiones o alguna clase de líquido de origen más personal y orgánico que, con tal de no levantarse, el individuo ha excretado directamente desde su cómodo apostadero” (“Relaxing cup in Madrid”, Semanal 21-10-13). Afortunadamente, la verdad es obstinada y surge por cualquier esquina. En el blog Photo-Thinking: Photo (no) News, el fotógrafo y periodista Czuko Williams pone las cosas en su sitio, desmontando el libelo de Pérez-Reverte:“Es una pena que el Sr. Reverte [...] no haya tenido las santas gónadas de bajar a la arena, rememorando sus años de callejeo junto a la Policía de Madrid y de tiroteos en el Territorio Comanche, para preguntarle un par de cosas a este mendigo que tiene un nombre. Se llama Juan, Juan Mascuñano Torres. Un día tuvo un trabajo y hasta un coche que quedó abandonado, tras una crisis de pareja, en una calle de Pozuelo. Tuvo una vida que no estaba tan alejada de los dones de los que disfrutamos, con mayor o menor fortuna cada uno de nosotros; dones que por error, el Sr. Pérez Reverte considera que son eternos, que no terminan…obviando que un golpe del destino, un traspiés, una guerra o una simple enfermedad puede ponerle a él, como a mí, como a Juan o como a usted que lee estas líneas, en el mismo plácido colchón enlosado de la Calle Gran Vía. Porque Sr. Pérez Reverte, usted si no miente es que no se entera. Juan Mascuñano Torres habita desde hace años junto a Lourdes en la Calle Gran Vía, a las puertas de un cine –que no en la Plaza de Callao, como usted rubrica- Vive allí porque como él me ha dicho muchas veces, la vida en los albergues es una tortura. Está tumbado porque después de una paliza y la pérdida de un pulmón, no tiene movilidad en las piernas. Está en ese punto concreto porque es un lugar en el que existe una rejilla de ventilación que hace menos incómodas las noches al raso. Tiene una silla de ruedas –que no un cochecito de niño lleno de cachivaches- porque la necesita para moverse. Orina en una botella de plástico y jamás le ha visto nadie excretar en la calle, y menos usted, que no sabe, sin duda, de lo que está escribiendo si no es de oídas”.
TAURINO Y FASCISTA
Si has llegado hasta aquí, comprenderás
que Pérez-Reverte no podía desperdiciar la ocasión de elogiar la lidia,
el repugnante espectáculo que algunos identifican –quizás con razón- con
la quintaesencia de lo español. Elegido para pronunciar el pregón de la
Real Maestranza de Sevilla, afirmó que el toro “nace para pelear con la
fuerza de su casta y su bravura, dando a todos, incluso a aquel que lo
mata, una lección de vida y coraje. […] Me gustan los toros bravos hasta
la muerte y los toreros tranquilos, lentos, callados y valientes que se
les arriman”. Con esa sobredosis de testosterona, es imposible que
Pérez-Reverte no despachara sus compatriotas con cajas destempladas: “El
español es históricamente un hijo de puta. […] Aquí todos hemos sido
igual de hijos de puta, TODOS”. Esa aparente equidad se desvanece cuando
se plantea la necesidad de reparar el dolor de las víctimas del
franquismo, exhumando los restos de las incontables fosas clandestinas:
“El problema es que España es un país inculto, España es un país
gozosamente inculto, es un país deliberadamente inculto, que disfruta
siendo inculto, que hace ya mucho tiempo que alardea de ser inculto, y
con gente así, esa Ley de Memoria Histórica es ponerle una pistola en la
mano. No estamos preparados para leyes como ésas”. Iñaki Anasagasti
–tan desatinado otras veces- no se equivocaba cuando escribió: “Se nota a
la legua que eres un fascista y no te interesa la democracia”.
EL INSPECTOR JOSÉ MARÍA PÉREZ REVERTE
Sin pizca de rubor, Pérez-Reverte ha
declarado: “Antes de tener éxito con mis libros, yo era igual de chulo”.
Es curioso que en un país tan inculto se vendan tan bien sus novelas o…
¿tal vez esa es la causa de su éxito? Por último, una cuestión
personal. Hace unas semanas, escribí un artículo titulado: “Me cago en
Pérez-Reverte: ¡Vivan las Brigadas Internacionales!”. Mi texto defendía a
los voluntarios difamados por el escritor con su habitual despliegue de
mala baba, que acababa su artículo con un rotundo: “Me cago en
Hemingway”. No sé si él o los que administran su cuenta en Twitter,
bucearon en mi blog y encontraron varios textos humorísticos donde
aparezco con una pistola de plástico, fingiendo cara de malo.
Pérez-Reverte -o su lacayo- escribió: “¿Ese es el tal Narbona? No querrá
que lo tome en serio”. Días más tarde, rescató otra foto donde aparezco
con una carabina de perdigones, pregonando que era la prueba inequívoca
de mi mediocridad como ser humano y escritor. Solo quiero aclararle que
nunca he ocultado mi verdadera identidad: soy un profesor de filosofía
jubilado anticipadamente por enfermedad. Escribo crítica literaria en El Cultural
desde 2000. Soy bipolar y me han reconocido una discapacidad superior
al 65%. No quiero dejar pasar esto por alto, pues quiero brindarle la
oportunidad de insultarme por mis problemas de salud. Muy pocos se
resisten a esa tentación. Le recuerdo, eso sí, que la sabiduría popular
atribuye a los locos el don de decir la verdad. Dado que Pérez-Reverte
juega sucio, me permito imitarlo. Esas fotos son pura coña y no
demuestran nada. Los verdaderos criminales se ocultan porque matan de
verdad. Algo de eso tiene que saber el escritor, pues su hermano era el
ex inspector de la Brigada Regional de Policía Judicial de Madrid José
María Pérez-Reverte, apodado “Cartago”, jefe de “la mafia policial de
los joyeros” que hizo desaparecer a Santiago Corella, el Nani, el primer
–pero no único- desaparecido de la democracia. Invito a cualquiera a
rastrear la red y hallar una foto del antiguo inspector, con un
historial criminal sobrecogedor. El 6 de octubre de 1983 Antonio
Vilariño, delincuente habitual, viajaba en un taxi por el Paseo del
Prado. Un vehículo le cortó el paso y el inspector Pérez-Reverte abrió
la puerta del taxi, disparando a Vilariño tres tiros a bocajarro. Según
el informe de los forenses, “el primero a una distancia entre 50 y 100
centímetros; otro, entre 25 y 50 centímetros, y el tercero, que afectó
al hígado y el pulmón, fue realizado a una distancia entre 3 y 10
centímetros, lo que supone que se efectuó a cañón tocante, apoyando la
pistola sobre la víctima”. El 18 de junio de 1984 Feliciano Martín de
Paredes, Pablo Pardo Ruiz y José Luis Fernández salían del taller de
joyería situado en la calle Atocha nº 16, 4º piso. Los dos primeros
fueron asesinados por el inspector Pérez-Reverte y otros tres policías.
El 30 de junio José Luis Fernández, de solo 18 años, fue asesinado por
la espalda por la espalda en un polígono de Móstoles. Durante el juicio
contra los policías, el fiscal y las acusaciones particulares
sostuvieron que “los agentes juzgados se pusieron de acuerdo para
apoderarse de las joyas que iban a robar tres atracadores en el taller
de joyería Viuda de Tornero, en la calle Atocha de Madrid. También
acordaron disparar a quemarropa contra los atracadores y dejar escapar a
Corroto para justificar la desaparición del botín”. El inspector
Pérez-Reverte afirmó durante el juicio ante la Audiencia Provincial de
Madrid que él nunca había disparado a quemarropa –pese a lo que señalaba
la autopsia de los forenses-, pues había ganado varias competiciones de
tiro y no necesitaba aproximarse tanto: “Si le hubiera puesto la
pistola en la cabeza [a Martín de Paredes] lo reviento como a un melón”.
El letrado Jaime Sanz de Bremond apuntó que el inspector pretendía
“enmascarar su verdadera identidad, ya que su nombre completo es José
María Pérez-Reverte Gutiérrez”. Absuelto en el caso del Nani, el
inspector Pérez-Reverte fue condenado en diciembre de 1991 a 100 años de
prisión por la Sección Sexta de la Audiencia Provincial de Madrid, que
consideró probada su responsabilidad en los delitos de robo con muerte
dolosa, asesinato múltiple con los agravantes de premeditación y
prevalimiento, y delito continuado de falsedad en documento público. Han
transcurrido 23 años y las joyas nunca fueron recuperadas. ¿Dónde está
José María Pérez, que ya no es inspector y que se ha desprendido del
incómodo Reverte? ¿Cuántos años pasó realmente entre rejas? ¿Se le
aplicó el mismo rigor que a otros condenados? ¿Pasó por el régimen FIES?
Es suficiente escribir mi nombre en Google y aparecen mis fotos con las
pistolas. Yo no me escondo, pues es puro teatro. Los asesinos, en
cambio, son meticulosos y viven en la sombra.
LA SOMBRA DEL ASESINO
Sé que Arturo no es responsable de los
crímenes de su hermano José María, pero es curioso que presuma de
chulo y rete a sus adversarios –un Umbral ya viejo y enfermo- a resolver
sus diferencias a puñetazos. ¿Es la violencia un sello de familia? ¿Por
qué el intrépido Arturo no utiliza su pluma para aliviar y reparar el
dolor de las víctimas de su hermano? Algunos hijos y nietos de
destacados nazis han repudiado a sus padres y abuelos. Martin Bormman
Jr., ahijado de Hitler e hijo de Martin Bormman, el hombre de confianza
del Führer, viajó a Israel para conocer a los supervivientes de la Shoah
y pedir perdón por los crímenes de su padre. Imagino que para hacer eso
hay que tener huevos. ¿Los tiene Arturo Pérez-Reverte, salvo para
amenazar a escritores decrépitos, burlarse de las mujeres, elogiar los
toros o echar pestes de los indigentes? No sé si me contestará esta vez,
pero no menosprecio su capacidad de hacer daño. Consiguió que El País
despidiera al renombrado crítico y profesor de literatura Miguel
García-Posada cuando escribió una reseña poco favorable sobre una de sus
novelas. Puede que todo lo que yo he escrito –poco- sea una porquería
condenada a desparecer por un desagüe, pero no me cabe duda alguna de
que Arturo Pérez-Reverte ya se ha ganado un lugar de honor entre el
nutrido panteón de impostores y energúmenos de la literatura española
contemporánea. Se le recordará por su malicia y sus rebuznos, no por su
talento. Y –claro está- por sus santos huevos.
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