Resulta paradójico que los representantes
políticos de la derecha en las instituciones identifiquen lo popular con
los intereses económicos de grandes empresarios, el capital financiero y
la burguesía, clase social cuyo proyecto rechaza los principios de
igualdad, democracia y justicia social.
La nueva derecha mundial diluye, difumina y oculta su programa, el proyecto neoligárquico y pretotalitario, señalando que sus decisiones benefician a la sociedad toda, aunque en ocasiones no sepan transmitirlo a la gente. Al pensar en la mayoría no ven razón alguna para no calificarse de populares. El caso más sangrante lo tenemos en España. La derecha que recorta servicios esenciales, privatiza la sanidad, arremete contra la ley de igualdad, penaliza el aborto, promueve los contratos basura, rebaja los impuestos a grandes empresarios, indulta a políticos corruptos, persigue a los migrantes, fomenta la educación religiosa, resta dinero público para becas e investigación, sitúa a 26 por ciento de la población en paro, a 10 millones en pobreza y otros siete en peligro de exclusión social lleva el nombre de Partido Popular.
Otros partidos de la derecha prefieren un toque patriótico, decantándose por aducir la nación como objetivo de sus políticas. Nacionales o de liberación nacional, mejor que ser tachados de liberales o conservadores. Las mayores desnacionalizaciones y venta de recursos básicos a empresas multinacionales las han llevado a cabo partidos como Liberación Nacional, en Costa Rica, o el Movimiento Nacionalista Revolucionario, en Bolivia. También existen opciones envolventes, ni de derechas ni de izquierdas, independientes, progresistas y de centro democrático. En Chile el gobierno de Sebastián Piñera, Renovación Nacional y Unión Demócrata Independiente, el partido creado por los acólitos del dictador Augusto Pinochet, acabó licitando a compañías extranjeras las nuevas minas de cobre y otros minerales en nombre de la patria. Continuando la política de los gobiernos de la Concertación.
En este supermercado cualquiera puede adueñarse del concepto de justicia, incorporándola como identidad partidista. Primero Justicia, es el nombre del partido en que milita el ex candidato a presidente de la derecha venezolana Henrique Capriles y cuya política se caracteriza por todo lo contrario: desconocer la justicia, apoyar el proceso desestabilizador y sumarse a la sedición golpista. Hay los que llegan al paroxismo, tildándose de revolucionarios, democráticos y antimperialistas. Partidos que han ejercido la represión anticomunista, permitido la tortura y fomentado la guerra sucia. Caso de Acción Democrática en Venezuela entre los años 1958 y 1998.
Las combinaciones son muchas, pero todas tienen un mismo objetivo: ocultar los principios ideológicos y políticos de una derecha que promueve la explotación en todas sus formas en beneficio del capital trasnacional y las elites de la clase gobernante y dominante. La realidad de Estados Unidos es más sangrante. Republicanos versus Demócratas. Basta observar las políticas hacia América Latina para darnos cuenta de la gran mentira. Invasiones, golpes de Estado y guerras patrocinados por los demócratas. ¿Y qué decir de los republicanos? Más golpes, complots, asesinatos políticos e invasiones. Seguramente hay diferencias, pero los pueblos latinoamericanos sufren las mismas políticas desestabilizadoras del establishment estadunidense, en el cual cohabitan republicanos y demócratas. Pensemos en este siglo XXI. Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Paraguay y Honduras. Ni que decir tiene la derecha europea, que se parapeta en el Parlamento Europeo bajo el denominador común de grupo popular europeo. Allí se han cocinado las políticas xenófobas y racistas más reaccionarias que han supuesto un retroceso en el campo de los derechos ciudadanos en los países de la unión.
Mientras tanto, la izquierda política y sus partidos en todo el mundo occidental son acusados de populistas. El término de moda: populismo-chavista e izquierda bolivariana. Bajo esta definición se engloba y niega la existencia de políticas sociales populares, afincadas en los principios de dignidad, ciudadanía, anticolonialismo, justicia social, representación democrática, derechos de soberanía, pleno empleo, educación pública de calidad para todos, salud universal, igualdad de género o defensa de las riquezas nacionales. Si la izquierda desarrolla un programa para las clases trabajadores y las mayorías sociales excluidas y dominadas, entonces es populismo. Si la derecha recorta, excluye y niega la democracia asistimos, por contra, a políticas populares. Sin comentarios.
La derecha no puede aceptar la democracia como forma de gobierno. Recordemos que la democracia se definió como la separación entre propietarios y no propietarios. La democracia helénica abrió la política a los no propietarios por necesidad de subsistencia de la polis. Una manera de articular la defensa de Atenas frente a Esparta. Pero no olvidemos que ni Platón ni Aristóteles, ni los grandes filósofos de la Ilustración, fueron partidarios de la democracia. El voto censitario se mantuvo hasta el siglo XX. Sólo la derecha puede ser populista. La izquierda será popular, no populista. Esa es la diferencia. Los partidos democráticos aparecieron en el siglo XIX y fueron la antesala de los partidos socialistas y comunistas del siglo XX. Hoy, la distancia entre lo popular y el populismo es la misma que existe entre derecha e izquierda. Otra historia sólo promueve la confusión y la mentira.
La Jornada
La nueva derecha mundial diluye, difumina y oculta su programa, el proyecto neoligárquico y pretotalitario, señalando que sus decisiones benefician a la sociedad toda, aunque en ocasiones no sepan transmitirlo a la gente. Al pensar en la mayoría no ven razón alguna para no calificarse de populares. El caso más sangrante lo tenemos en España. La derecha que recorta servicios esenciales, privatiza la sanidad, arremete contra la ley de igualdad, penaliza el aborto, promueve los contratos basura, rebaja los impuestos a grandes empresarios, indulta a políticos corruptos, persigue a los migrantes, fomenta la educación religiosa, resta dinero público para becas e investigación, sitúa a 26 por ciento de la población en paro, a 10 millones en pobreza y otros siete en peligro de exclusión social lleva el nombre de Partido Popular.
Otros partidos de la derecha prefieren un toque patriótico, decantándose por aducir la nación como objetivo de sus políticas. Nacionales o de liberación nacional, mejor que ser tachados de liberales o conservadores. Las mayores desnacionalizaciones y venta de recursos básicos a empresas multinacionales las han llevado a cabo partidos como Liberación Nacional, en Costa Rica, o el Movimiento Nacionalista Revolucionario, en Bolivia. También existen opciones envolventes, ni de derechas ni de izquierdas, independientes, progresistas y de centro democrático. En Chile el gobierno de Sebastián Piñera, Renovación Nacional y Unión Demócrata Independiente, el partido creado por los acólitos del dictador Augusto Pinochet, acabó licitando a compañías extranjeras las nuevas minas de cobre y otros minerales en nombre de la patria. Continuando la política de los gobiernos de la Concertación.
En este supermercado cualquiera puede adueñarse del concepto de justicia, incorporándola como identidad partidista. Primero Justicia, es el nombre del partido en que milita el ex candidato a presidente de la derecha venezolana Henrique Capriles y cuya política se caracteriza por todo lo contrario: desconocer la justicia, apoyar el proceso desestabilizador y sumarse a la sedición golpista. Hay los que llegan al paroxismo, tildándose de revolucionarios, democráticos y antimperialistas. Partidos que han ejercido la represión anticomunista, permitido la tortura y fomentado la guerra sucia. Caso de Acción Democrática en Venezuela entre los años 1958 y 1998.
Las combinaciones son muchas, pero todas tienen un mismo objetivo: ocultar los principios ideológicos y políticos de una derecha que promueve la explotación en todas sus formas en beneficio del capital trasnacional y las elites de la clase gobernante y dominante. La realidad de Estados Unidos es más sangrante. Republicanos versus Demócratas. Basta observar las políticas hacia América Latina para darnos cuenta de la gran mentira. Invasiones, golpes de Estado y guerras patrocinados por los demócratas. ¿Y qué decir de los republicanos? Más golpes, complots, asesinatos políticos e invasiones. Seguramente hay diferencias, pero los pueblos latinoamericanos sufren las mismas políticas desestabilizadoras del establishment estadunidense, en el cual cohabitan republicanos y demócratas. Pensemos en este siglo XXI. Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Paraguay y Honduras. Ni que decir tiene la derecha europea, que se parapeta en el Parlamento Europeo bajo el denominador común de grupo popular europeo. Allí se han cocinado las políticas xenófobas y racistas más reaccionarias que han supuesto un retroceso en el campo de los derechos ciudadanos en los países de la unión.
Mientras tanto, la izquierda política y sus partidos en todo el mundo occidental son acusados de populistas. El término de moda: populismo-chavista e izquierda bolivariana. Bajo esta definición se engloba y niega la existencia de políticas sociales populares, afincadas en los principios de dignidad, ciudadanía, anticolonialismo, justicia social, representación democrática, derechos de soberanía, pleno empleo, educación pública de calidad para todos, salud universal, igualdad de género o defensa de las riquezas nacionales. Si la izquierda desarrolla un programa para las clases trabajadores y las mayorías sociales excluidas y dominadas, entonces es populismo. Si la derecha recorta, excluye y niega la democracia asistimos, por contra, a políticas populares. Sin comentarios.
La derecha no puede aceptar la democracia como forma de gobierno. Recordemos que la democracia se definió como la separación entre propietarios y no propietarios. La democracia helénica abrió la política a los no propietarios por necesidad de subsistencia de la polis. Una manera de articular la defensa de Atenas frente a Esparta. Pero no olvidemos que ni Platón ni Aristóteles, ni los grandes filósofos de la Ilustración, fueron partidarios de la democracia. El voto censitario se mantuvo hasta el siglo XX. Sólo la derecha puede ser populista. La izquierda será popular, no populista. Esa es la diferencia. Los partidos democráticos aparecieron en el siglo XIX y fueron la antesala de los partidos socialistas y comunistas del siglo XX. Hoy, la distancia entre lo popular y el populismo es la misma que existe entre derecha e izquierda. Otra historia sólo promueve la confusión y la mentira.
La Jornada
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