martes, 22 de julio de 2014

“El Mediterráneo es un enorme cementerio”

“El Mediterráneo es un enorme cementerio”
Llegada de inmigrantes a la isla de Lampedusa.
Desde 1988, al menos 20.000 personas han muerto en las fronteras europeas, según el periodista italiano Gabriele del Grande. La inmigración clandestina no pasa aduanas, pero paga peajes muy caros. Aunque la crisis concentra nuestra atención en los problemas e incertidumbres que parecen afectarnos más directamente, la tragedia silenciosa de los que se dejan la vida en la frontera continúa.
Apenas merece ya grandes titulares en la prensa, salvo cuando los muertos se acumulan, como el pasado 19 de julio, cuando fue rescatado en el Canal de Sicilia un pesquero con 18 cadáveres amontonados en la bodega. Tres semanas antes, también al sur de la isla italiana, la bodega de otra nave servía de fosa común a otros 45 africanos.
El Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados habla de al menos 500 personas muertas en los seis primeros meses del año intentado cruzar el mar para llegar a Europa. Hace años que un periodista italiano, Gabriele del Grande, recoge en su blog, Fortress Europe, algunos de los capítulos de este drama que él cifra en “al menos 20.000 personas desde 1988, contando únicamente los que aparecen en las noticias de la prensa internacional. Lo que quiere decir que en realidad son muchos más. Ya sea porque muchos naufragios suceden en alta mar sin dejar ninguna huella o porque en muchos países, y pienso por ejemplo en Libia, no existe una libertad de prensa que garantice la cobertura de estas noticias. En definitiva, que el dato podría ser muy superior a esos 20 mil que, sin embargo, deberían bastar para despertar la indignación de África y de Europa, los dos continentes que se se asoman a este Mediterráneo que cada vez se parece más a un gran cementerio.”
Junto a las fotos de jóvenes tunecinos desaparecidos en el mar de Lampedusa, el periodista italiano sugiere en su blog imágenes terribles que no soportan la imaginación: sus cuerpos comidos por los peces o retenidos “en los tubos de los gaseoductos, que parecen ser el único puente entre las dos orillas”, a la vez que recuerda que el mar no es el único obstáculo mortal de la fortaleza europea. Que también hay muertos que llegan asfixiados en contenedores desde Turquía, congelados en las montañas en Polonia o en los trenes de aterrizaje que vuelan a Bruselas, abatidos por disparos de la policía en las alambradas de Ceuta o Melilla e incluso saltando por los aires al pisar una mina en la frontera griega. Y eso sin contar las innumerables vidas que la travesía por cárceles y desiertos se ha cobrado mucho antes de llegar siquiera a las puertas del una vez tan anhelado paraíso.
Gabriele del Grande describe la inmigración clandestina como uno de los mayores movimientos de desobediencia civil y considera que “la libre circulación no es ya una opción, sino una realidad. Nos han enseñado a repetir que tenemos que defendernos para que no nos invadan y que si abriésemos las fronteras llegarían millones de millones de desarrapados, bárbaros e incivilizados. Y nos han enseñado a repetir también que los muertos en el mar, en la frontera, por muy dramático que sea, son el único obstáculo que impide que partan otros millones de personas. La verdad es otra. Los muertos no disuaden a nadie. Y las fronteras ya están abiertas. Es solo un problema de presupuesto. Quien es lo suficientemente rico puede pedir un visado de turista o corromper a un funcionario de la embajada. Quien solo puede gastar cinco o seis mil euros compra un contrato de trabajo falso y el que solo puede permitirse mil intenta llegar con la patera. ¿Y el resto? dirá alguien… No existe el resto. Hace tiempo que el mundo ha dejado de girar alrededor de Europa. Hay nuevas rutas migratorias y nuevos polos mundiales, de la misma manera que existe una fuerte tasa de emigración desde Europa hacia otros países”.
Buscando las historias de los destinados a morir en el olvido, Del Grande ha viajado varias veces desde 2006 por el Mediterráneo y África Oriental. En sus libros, dos de ellos publicados en España, Mamadou va a morir y Quemar la frontera habla de la fuerza de los padres de los desaparecidos con los que habla en sus aldeas, del valor de los sindicalistas tunecinos, de la inocencia de los campesinos de Burkina Faso que parten hacia Italia ignorantes del peligro que han de afrontar, de la impotencia de las mujeres que ven cómo detienen a sus maridos en Roma y los meten en un vuelo para deportarlos. De muertos discretos cuyo nombre no figura en ninguna lista de pasajeros porque no pagaron con tarjeta de crédito, cuya familia no tiene más certezas ni más lápidas que un teléfono móvil que no contesta.

La realidad, a través de los medios

El periodista italiano considera que un papel fundamental en el drama de la inmigración lo juegan los medios de comunicación, que “tienen un poder fortísimo, porque más que vivir en el mundo en sí, vivimos en un relato del mundo y los medios son fundamentales para construir ese relato. Pueden decidir si ser vehículo de palabras de confrontación o si, por el contrario, promueven palabras que hagan de puente, de comunicación”. Sin embargo, es bastante pesimista mientras denuncia que no se sepa nada de las personas que pierden la vida en la frontera o de los dramas que dejan a su alrededor. En su opinión, “esto dice mucho del periodismo que se está haciendo actualmente. En Italia, al igual que en otros países europeos, la regla es la productividad y las noticias que vendan. Este es el motivo por el que ya no se invierte dinero en los largos viajes para hacer un reportaje, en el periodismo lento, de investigación, narrativo. En ir a las aldeas marroquíes a buscar a los familiares de las víctimas, seguir las rutas, los viajes, el desierto, el mar, alimentar un contrarrelato alternativo frente al que nos hacen llegar con comunicados de prensa desde las instituciones europeas. Afortunadamente hay periodistas que merecen la pena pero lo que no funciona es el sistema de la información. No se va a buscar la noticia que cuestiona nuestras certezas y nuestros estereotipos porque este periodismo tiene mayores costes y produce menos titulares”.
A la vez que denuncia la falta de atención a la tragedia de la inmigración clandestina, el autor de Fortress Europe subraya que no es esa la mayor puerta de entrada de extranjeros en el viejo continente: “La Unión Europea, por una parte, manda sus barcos militares al Mediterráneo para rechazar a los que quieren entrar por allí, y por otra invierte en la libre circulación y la liberalización de los visados Schengen, pero sólo hacia algunos países. Los nuevos estados miembros como Rumania, Bulgaria, Polonia o Eslovenia gozan ya de libre circulación y de igual manera muchos de los países de los Balcanes han visto cómo se facilitaban sus visados con los estados de la Unión Europea. Esto, obviamente, hace que el grueso de la inmigración llegue del este. Sería interesante preguntarse por qué la Unión Europea experimenta la libre circulación hacia el este con éxito y valor y por el contrario insiste en cerrarse frente a los países árabes, musulmanes y africanos”.
Para reivindicar esa misma libre circulación de hombres y mujeres, la última aventura en la que Gabriele del Grande se ha embarcado es una película que lleva por título Io sto con la sposa (Yo estoy con la novia) . Junto con el director Antonio Augugliaro y el escritor sirio-palestino Khaled Soliman Al Nassiry, ha conseguido, a través del crowdfunding, el dinero necesario para grabar un film a caballo entre el documental y la historia de ficción que es “a la vez una acción política. Conocimos en Milan a cinco prófugos de guerra sirios y palestinos que habían desembarcado en Lampedusa huyendo de la guerra. Y decidimos ayudarles a llegar hasta Suecia, donde querían pedir asilo político. Para evitar que nos identificasen y arrestasen en el viaje nos vestimos como si fuésemos a una boda y con este disfraz, en cuatro coches y una furgoneta atravesamos Europa, cruzamos seis fronteras. La película cuenta esta aventura, esta historia de amistad que rescata el sueño de la libre circulación”.
El periodista italiano no oculta su entusiasmo al resaltar el gran apoyo que ha tenido el proyecto: “Ya sólo mirar la lista de los países de los que han hecho donaciones es emocionante: Nueva Zelanda, Líbano, Argentina, España, Senegal… En sólo 45 días se ha formado una comunidad de personas, con 15 mil inscritos a las páginas de Facebook y 2.138 donantes que han contribuido a la producción. Todos compartimos el sueño de que el Mediterráneo vuelva a ser un mar que nos una y por el que nos hemos arriesgado a acabar en la cárcel”. Por favorecer la inmigración clandestina.

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