Quien quiera evitar ser esclavo debe
tener la mente lúcida e intentar comprender cabalmente la relación de
fuerzas sociales y cuáles son los puntos débiles y las contradicciones
del capitalismo mundial. Por eso y en los límites de este espacio
intentaré resumir esquemáticamente los trazos principales de la
situación político-económica mundial actual.
China es la primera potencia comercial
del planeta (acaba de superar a Estados Unidos) pero es militar y
políticamente débil y es el principal sostén del dólar y de la hegemonía
de Estados Unidos con sus inversiones y sus compras de bonos
estadounidenses. Además, es un país capitalista y tiene un gobierno
nacionalista y pragmático. Su economía depende de las exportaciones a
Estados Unidos y a la Unión Europea, que están en una crisis prolongada
(sobre todo la U.E) y no puede desarrollar inmediatamente su interior
campesino y la productividad introduciendo alta tecnología que
aumentaría el desempleo y las desigualdades sociales cuando actualmente
tiene 260 millones de desocupados (4.8 por ciento). Su desarrollo
industrial salvaje ha contaminado gravemente el agua, el aire, el
ambiente y ha aumentado también la brecha entre los trabajadores, que
tienen salarios miserables y los multimillonarios “comunistas”. La
huelga actual de 40 mil obreros en una sola empresa en un país donde no
hay sindicatos autónomos y las huelgas son ilegales muestra la
explosividad de la actual situación social china. Rusia es también un
país capitalista tecnológicamente atrasado y con una población (de
apenas 165 millones de habitantes) que envejece y se reduce. Mantiene un
gran arsenal atómico pero su economía es frágil ya que depende, cada
vez más, de la exportación de recursos no renovables (gas y petróleo).
La corrupción de la burguesía rusa, nacida del despojo mafioso de los
bienes nacionales cuando el derrumbe de la Unión Soviética así como el
régimen autocrático y represivo basado en la nostalgia por la Rusia
imperial zarista, colocan también al gobierno de Putin del lado de la
conservación del capitalismo.
Por su parte, los demás gobiernos de los
países capitalistas llamados “emergentes” ni forman un bloque sólido ni
tienen regímenes progresistas o gobiernos favorables a los intereses de
los trabajadores. La prueba la tenemos en Los Pinos o en las políticas
de Turquía, Sudáfrica, Brasil. La Unión Europea, que es también una
potencia comercial mundial sólo inferior a China, política y
militarmente es sierva de Estados Unidos incluso en un grado de sumisión
tal que la lleva a actuar en contra de sus propios intereses
inmediatos, los cuales deberían inducirla a no agravar su crisis creando
un conflicto con Rusia, su abastecedor de petróleo y gas o a buscar un
acuerdo con China para construir una moneda mundial de referencia que
desplace al dólar. De este modo, la hegemonía de Estados Unidos se
debilita desde hace décadas pero sigue subsistiendo gracias al simple
hecho de que Washington dispone de más armamentos y fuerzas militares
que todos sus adversarios juntos y, además ningún gobierno es
antiimperialista pues el imperialismo es la política del capital
financiero al cual todos están ligados.
No hay, por consiguiente, nada más
absurdo que confiar en que el euro pueda darle un golpe mortal al dólar o
que el yen lo reemplace (¡desvalorizando, de paso, todos los activos
chinos en el exterior y sus enormes reservas mismas!). No hay nada más
utópico que esperar que el debilitamiento de Washington venga de la
acción coordinada de sus competidores capitalistas “emergentes” (China,
Rusia, India, los BRICS). La esperanza en una supuesta acción
antiimperialista de los Estados y los gobiernos capitalistas
“progresistas” -ligados por otra parte al mercado mundial y al capital
financiero internacional que en los países “emergentes” domina la parte
fundamental de la economía-, olvida los intereses vitales que unen a
todos ellos con el imperialismo y el hecho fundamental de que dichos
Estados y gobiernos preservan el capitalismo, es decir, a los oligarcas,
empresarios y financieros. Aunque tengan roces con Washington, su
enemigo mortal es sólo el anticapitalismo de los trabajadores.
En los últimos 40 años el movimiento
obrero ha sufrido enormes derrotas, las izquierdas tradicionales (ex
comunistas y ex socialistas) son, como dijo León Blum, “médicos de
cabecera del capital” y, aunque hay más obreros y asalariados que en
cualquier otra fase de la humanidad, los grupos anticapitalistas y
socialistas se cuentan en todo el mundo apenas por decenas de millares.
Todas las luchas son defensivas y la idea misma de una revolución social
parece cosa del siglo XIX… Pero hacia ese siglo se desplaza hoy el
capitalismo reconstituyendo los horrores de la época de Dickens con su
política de hambre sólo sostenible por la represión y con la eliminación
gradual de las conquistas sociales del siglo XX arrancadas por el
proletariado y por el miedo del capital a sus objetivos socialistas.
Este primero de mayo hubo grandes
manifestaciones sólo donde los gobiernos las organizaron, como en Rusia,
Cuba, Venezuela. Otras, en cambio, independientes de los gobiernos,
como en Argentina, fueron importantes, pero contaron sólo con decenas de
miles de participantes. Pero no por eso se puede decir “adiós al
proletariado” ni creer, como el ideólogo kirchnerista Laclau, que la
lucha de clases ya no existe y, por lo tanto, los obreros querrían ante
todo conservar el puesto de trabajo, es decir, su propia explotación.
Las revoluciones no las hacen los revolucionarios sino las masas que
quieren conservar, como Zapata, un mundo que el gran capital destroza y
torna cada vez más horroso. Se hacen no tanto para construir un futuro
incierto sino para no seguir hundiéndose en la barbarie.
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