Que el especialista consumado en financiación ilegal y en corrupción política, el PP, expediente a IU por supuestas irregularidades formales en sus cuentas tiene que ver, como no, con nuestra sistemática denuncia de la corrupción, con nuestra personación en el “asunto Barcenas”, con la querella contra los gestores de Bankia y, mucho más cercanamente, por nuestra petición de dimisión por nepotismo del mismísimo presidente de la mencionada Cámara de Cuentas. La respuesta no se ha hecho esperar: expediente y ventilador. Idea: todos somos igual de corruptos.
Hay que ir, aquí también, más allá de lo inmediato y de lo aparente. El PP, los poderes reales económicos y mediáticos, van contra IU, porque esta no aceptó ni acepta un nuevo pacto, una nueva “transacción”, para impulsar una enésima restauración monárquica, que tenía en su trasfondo el borrón y cuenta nueva con los múltiples casos de corrupción. Al negarse IU, el PSOE, tuvo que pensárselo y actuar con mayor comedimiento como se ha visto en la “dimisión en diferido” de Rubalcaba.
El gobierno sabe —las “cloacas” del “doble Estado” están funcionando a tope— que desde casi siempre IU, sus activistas y militantes, están presentes, son actores destacados (no los únicos, nunca lo olvidamos) en las luchas sociales y en las movilizaciones ciudadanas. La prioridad ha sido y es el conflicto, para desde él ir trenzado una estrategia unitaria de amplio espectro, muchas veces dando un paso atrás hasta hacernos, si no invisibles, sí opacos. El poder lo sabe y no se deja engañar por las apariencias, más bien tiende a usarlas, contra el movimiento de masas unitarias y mayoritarias que IU intenta impulsar.
IU ha ido, esta yendo, más allá de sí misma. En las elecciones europeas, mejor dicho, de la Unión Europea, ya fuimos en una amplia coalición, pero nos faltó audacia y así ha sido reconocido. Ahora se trata de dejarse enseñar por la vida y no perder el Norte. Este está claro y los ataques de los enemigos nos dicen que estamos golpeando donde más les duele. Simplemente, tenemos que dejar de ser ingenuos: luchar por la apertura de un proceso constituyente, defender los derechos sociales y laborales, oponerse a la Europa alemana, defender la soberanía popular es luchar contra el poder, el poder de verdad y eso obliga, insisto, obliga a construir un poder “otro”, un (contra) poder. Todo lo demás es mala literatura y pésimo concepto. No es tiempo de pusilánimes.
Situar a Alberto Garzón al frente de la política unitaria y de la propuesta constituyente es una señal de que aprendemos, de que tenemos ojos y oídos y de que rectificamos, señal inequívoca de una fuerza con futuro. Ante la presencia de Podemos no nos replegamos y no nos equivocamos de enemigo. No hay movimientos sin cuadros y sin organización; necesitamos mucho, muchísimo, de ambas cosas, situando siempre la política en el puesto de mando.
No debemos engañarnos con el cuento de la lechera de los “medios de manipulación social”. La partida es y va a ser muy dura. El nuevo monarca es muy débil y el proceso de transición a un nuevo régimen no ha hecho otra cosa que comenzar. El peligro es el transformismo. ¿Cómo definirlo aquí y ahora? Se trata de usar el impulso, la demanda de cambio para modificar el sistema político en un sentido contrario a las aspiraciones populares.
Desde el 15M, el centro ha sido “democratizar la democracia”, asegurar el autogobierno del pueblo por el pueblo. Pablo Iglesias ha sabido definir eso en el imaginario social: ellos (la casta) y nosotros (el pueblo). Esto es justo: la crisis de régimen es siempre una crisis de representación y la llegada de una nueva clase política. Transformismo, en este contexto, significa cambiar todo y de forma radical hacia peor partiendo de lo mejor. Expliquémonos.
Poner el acento en los procedimientos y no en los contenidos de la democracia conlleva riesgos ineludibles. ¿Cuál es el problema de esta clase política? Que se ha convertido en casta. ¿Por qué? Porque ha perdido cualquier autonomía del poder económico, que son los que mandan y los que corrompen. La casta es el efecto y no la causa. Por eso el enemigo es algo más que la casta, es el complejo económico-mediático-político que dirige el país, el nuestro y al otro, el que dirige el inefable Cebrián de las cavernas, y que desde siempre nuestro padre Joaquín Costa llamó oligarquía a unos y a otros caciques especializados en conseguir votos.
La propuesta de Rajoy de cambiar la elección de los alcaldes es claramente oportunista, pero tiene mucho que ver con la tentativa transformista. So pretexto de acercar la política a los ciudadanos se defienden circunscripciones electorales uninominales y sistemas mayoritarios, para democratizar el sistema y acabar con los privilegios de los políticos se pone fin a la financiación publica de los partidos y para evitar la corrupción se privatiza lo público y las instituciones económicas pasan a manos de supuestos expertos neutrales y profesionales.
Más allá, para democratizar los partidos, se potencian las organizaciones locales y se liquidan de paso las arcaicas organizaciones ideológicas, sustituidas por políticos funcionales, ligados a los poderes realmente existentes, es decir, las empresas y los grupos mediáticos. Al final, emerge la (norte) americanización de la vida pública y el control férreo del poder político por los grupos económicamente dominantes. La supuesta regeneración democrática da paso a la revolución neoliberal. Renzi esta ahí al lado, como quien dice.
Lo que se quiere indicar es que todo proceso de cambio real lleva en su seno, contradictoriamente, peligros restauradores que las fuerzas políticas deben reconocer y evitar. Cuando hablamos de revolución democrática, nos referimos a un proceso de democratización sustancial del poder político, económico, social y cultural. El poder constituyente que nosotros defendemos busca construir un sujeto político capaz de definir las condiciones que hagan posible una sociedad de hombres y mujeres libres e iguales. A esto siempre se le ha llamado Constitución republicana y Estado de derecho.
Recientemente, con su lucidez habitual, Santiago Alba Rico definía el asunto con mucha precisión: “¿Qué quiere decir Estado de derecho? Quiere decir que toda asamblea ha tenido que decidir previamente, en un proceso constituyente, los límites, éticos y políticos, de cada decisión colectiva. La democracia no es solo decidir en elecciones; es haber decidido ya los principios de nuestras decisiones. Eso se llama Constitución”.
Desde este punto de vista la Constitución a la que aspiramos sería la “hoja de ruta” de la transformación de nuestra sociedad, para realizar aquello de que “corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas: remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social.”
Seguramente a algunos le sonará: es el artículo 9,2 de nuestra Constitución, que recoge, suavizada, el artículo 3, párrafo segundo, de la Constitución italiana, la célebre cláusula de Lelio Basso. La realidad constitucional ha cambiado tanto que esto nos parece de otro mundo y sin embargo fue un elemento clave del constitucionalismo social fruto de la derrota del fascismo y del ascenso del movimiento obrero y de la izquierda.
Manolo Monereo *
Para Santiago Alba Rico, hermano de fe en
una religión popular basada en la emancipación
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