jueves, 4 de septiembre de 2014

Cuando el PP no te deja fumar mientras te echa el humo a la cara



Un poco de política ficción. Imaginen a Zapatero cuando gobernaba España (lo sé, lo sé, pero háganme ese favor). Un mes de agosto, Zapatero se decide a proponer un cambio de la Ley Electoral para propiciar la elección directa de los alcaldes.
La reforma pretende supuestamente regenerar la vida política –y favorecer sus intereses electorales–  pero tiene un pequeño inconveniente: beneficia a Bildu. El PP, indignado como sólo él sabe indignarse, saca al ruedo a sus tertulianos star, zarandea el Congreso, convoca un par de manifestaciones o tres y termina acusando a Zapatero de traicionar a los muertos (mira, eso sí lo hizo el PP).
Bueno, pues Rajoy va por ese camino pero, eh, eh, que nadie le monte corrillos.
En febrero pasado, el Partido Popular calificaba de infamia e impresentable que los socialistas pudieran alcanzar el Gobierno de Navarra con el apoyo de Bildu para desalojar a una de las estirpes políticas más putrefactas del país y convocar elecciones. El PP apretó y el PSOE se la envainó, en concreto, Rubalcaba. Pensó que con eso ganaría votos o al menos no los perdería y ya ven.
Sólo cuatro meses después, este verano, el PP quiere sacar adelante una reforma electoral que beneficiaría a Bildu. Pero que nadie le diga nada ahora a Rajoy. Que como argumenta Soraya Sáenz de Santamaría si la reforma electoral beneficia a Bildu, es la prueba de que no responde a un cálculo electoral sino a respetar la "voluntad del vecino". Toma pirueta. Pero, ¿no habíamos quedado en que a estos ni agua?
Aquí de lo que se trata no es de defender al sistema de la presencia de Bildu o de que, de repente, Bildu se haya convertido en la prueba del algodón de la democracia. Esto va del poder por el poder y nada más que el poder. De sostener, hace cuatro meses, en Navarra un régimen podrido y desgastar a Rubalcaba azuzando el fantasma de los abertzales. Y de intentar, ahora, un pucherazo, aunque a Bildu –la de la infamia y bla, bla, bla– se le estén desgastando los cuernos de diablillo con los que asustaba el PP hasta hace tres cuarto de hora.
Y así todo.
Si una mayoría de la sociedad vasca apoya el acercamiento de lo presos de ETA a Euskadi, es una cesión a los terroristas. Pero si los acerca Mayor Oreja, no. Si un Gobierno socialista tiene reuniones con la cúpula de la banda terrorista empieza a oler a azufre, pero si Aznar manda a Zarzalejos, Martí Fluxa y Pedro Arriola para negociar "paz por presos", pelillos a la mar. Si al PSOE, o a cualquier otro partido (y de Podemos ya ni hablamos porque esos son de la ETA y punto), se les ocurre hacerle un guiño a Bildu, van directos al infierno tertuliano, pero si, por ejemplo, el PP en Vitoria se encuentra cómodo haciendo migas con Bildu, no es lo mismo que cantaba Alejandro Sanz.
Y no sólo con esta cuestión de las ETAs y los Bildus. También con el fraude fiscal. Que ahora Montoro se nos presenta como la Reina Madre de la pureza fiscal después de haber permitido una amnistía sobre la que no nos enteraremos bien hasta dentro de 30 años. O con la corrupción, con el PP dando la matraca sin pruebas todo el verano sobre la financiación de los batzokis del PNV cuando un juez ha confirmado que los populares pagaron parte de su sede de Génova con dinero negro. Y podríamos seguir poniendo ejemplos.
De algún modo el Partido Popular ha conseguido imponer un nivel de exigencia política a sus adversarios que, sin embargo, los populares no están obligados a cumplir. Como quien te reprueba que fumes delante suyo mientras te está echando el humo a la cara. Tienen mucha osadía política, que dicen los analistas. O mucho morro, que se dice en la calle.

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